Cuba frente al MS Braemar y sin «ceguera»

18 de Mar de 2020
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La decisión de Cuba de recibir a los pasajeros y tripulantes del MS Braemar ha levantado la polémica. Criterios divergentes  manifiestos en las redes sociales y en la calle, muchos de ellos a punta de puro desconocimiento y  el más elemental pensamiento pragmático y economicista.

Siento mucho orgullo de mi país y la decisión tomada. No me sorprende para nada, es un acto de elemental humanidad y justicia. Creo que con esta determinación honramos nuestros principios, tradición e historia; pero más que todo nuestra condición de seres humanos, capaces de extender la mano ante quien la necesita y no retirarla presurosos como si con tal acto regresáramos a los tiempos del miedo al contagio por lepra.

¿Nos hemos puesto por un minuto en la piel de los familiares de los pasajeros y tripulantes del MS Braemar? ¿Qué desearíamos si fuesen ellos nuestros padres, abuelos, hermanos…? ¿Podíamos y debíamos dejar a más de mil personas a su suerte?

La solidaridad ha sido un valor consustancial al proyecto socialista cubano que, a pesar de las carencias, se ha dado no solo a sí mismo y para su gente sino para otros pueblos del mundo. Y eso, piense usted lo que piense, la verdad, tiene, sí, mucho valor;  pero no se paga con dinero alguno. Tampoco es la solidaridad una moneda de cambio.

Los profesionales cubanos de la salud, formados a golpe de empeño y a contrapelo de una economía estrecha han dejado por todo el orbe huellas de verdadera entrega y amor. Al salvarse, Cuba ha salvado, y lo ha hecho en rincones insospechados y despreciados, porque la pobreza tiene un rostro feo, incomoda y a veces pareciera que a muy pocos importa.

La lucha contra el ébola en África y el cólera en Haití, la Operación Milagro en América Latina y el Caribe y el trabajo en general del Contingente Internacional Henry Reeve; representan lo mejor de nuestros valores, la práctica revolucionaria y la fórmula del amor triunfante

Creo que en tantos años de ejercicio de la solidaridad hemos incorporado, a fuerza de la experiencia vivida, otro modo de entender la realidad en este mundo complejo y a menudo indiferente ante el dolor ajeno. Y creo que, con los años, ese darse; ese aprendizaje nos ha hecho mejores y no hay nada como la satisfacción de hacer el bien. La política no cabe, como diría el estribillo, en la azucarera, entiéndase en los actos de estricta humanidad.

En estos días he pensado mucho en José Saramago y su monumental libro «Ceguera»: en la obra una «ceguera blanca» se expande por el mundo de manera fulminante, enfrentando a todos a lo más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier costo. Se trata de una lección de humanidad, una alerta que nos conmina, como diría el autor portugués, a  la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron».

/nre/

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