Por: Gabriela Peña Garcés
El Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares se celebra cada 26 de septiembre desde el año 2014, en busca de concientizar a los organismos internacionales, gobiernos y asociaciones no gubernamentales sobre la amenaza que representa la proliferación de estos dispositivos.
Desde el desastre provocado por los Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki en 1945, el mundo comprendió que era necesario regular la tenencia de esta tecnología, aunque en la actualidad aún existen contabilizados más de 12 mil de estos efectivos.
Como herramienta de control y con una membresía casi universal, el Tratado de No Proliferación Nuclear entró en vigor en 1970 basado en tres pilares fundamentales: la no-proliferación, el desarme y el uso pacífico de la energía nuclear.
Y es que el problema con este tema no es la tecnología, sino el uso que se le da. La energía nuclear ha sido protagonista de grandes avances de la sociedad y pensar un mundo sin ella es casi imposible; lo que no puede ocurrir es emplear esta excusa para usar la energía en la creación de armas de destrucción masiva.
Ahora, como nunca antes, la humanidad vive el borde de una crisis nuclear. Países poderosos como Israel y Estados Unidos, tienen en su poder estas armas, y libran e incitan guerras que acrecientan tensiones, y en las que la posibilidad de detonar estos dispositivos es palpable, obviando totalmente lo que implicaría esto para la humanidad.
La 80 Asamblea General de las Naciones Unidas y la Semana Atómica Mundial en Moscú, son espacios fundamentales para continuar creando conciencia y exigir la eliminación total de estos artefactos como forma suprema del respeto a la vida y preservación de la humanidad.
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