Este 13 de agosto un caguairán extiende sus raíces en la memoria. Ese árbol fuerte que desafía el tiempo con su madera indomable susurra el nombre de Fidel. El mismo que como él creció en tierra cubana, resistiendo huracanes y sequías, aprendiendo a erguirse entre las piedras. Sus hojas son como las ideas que aún palpitan en las plazas y en los libros, en el gesto de quien no olvida.
El caguairán guarda la savia de la resistencia, igual que Fidel llevaba en la voz la urgencia de un mundo más justo. Hay quienes lo ven y recuerdan discursos bajo la lluvia, la terquedad de un hombre que se fusionó con su pueblo hasta volverse paisaje.
En su cumpleaños 99 la melancolía se cuela entre las raíces, porque los árboles, como los líderes verdaderos nunca mueren del todo: se siembran. Fidel se sembró en el barro de la historia, y ahora su figura es ese tronco nudoso que los jóvenes tocan buscando respuestas e indica que, en algún lugar, sigue creciendo en la tosca belleza de lo que perdura.
Quizá por eso duele y enamora a la vez. Porque los gigantes que se retiran a la eternidad, entendieron que los sueños tardan siglos en volverse bosque. Fidel Castro continúa firme, mientras las nuevas generaciones pasan bajo su copa, la misma de un caguairán.
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