Las Tunas.- Cuando escucho que algo es tendencia en los tiempos actuales, es inevitable sentir temor, provocado por los recuerdos de las medias altas con chancletas de baño o los populares crocs, y esos, aunque afectaban mi sentido de la estética al vestir, nunca fueron tan dañinos como lo que ahora está de moda: el ruido.
Sí, el irrespeto hacia los decibeles permitidos en sociedad es antiguo, pero hoy, existe una nueva forma de alcanzarlo, y es que ya es común tropezarse en cualquier arteria de la ciudad con motos, cuya mecánica es alterada, cambiando piezas con la única finalidad de provocar ruido de forma ensordecedora.
Cual simio empeñado en producir el suficiente alboroto para llamar la atención, conseguir pareja y marcar territorio, los practicantes de esta modalidad persiguen ser el centro de atención y exhibir el poderío de «sus máquinas».
Ahora bien, ¿dónde quedamos nosotros?. Los que desandamos las calles siendo bombardeados por el tránsito, la música alta en bocinas y medios de transporte, los escándalos de turno en colas y establecimientos públicos, la contaminación sonora es real y va en aumento.
El ruido puede afectar a la salud de muchas maneras. Según la ciencia, los efectos auditivos, como la pérdida de audición y los pitidos y silbidos recurrentes, se producen cuando estamos expuestos al ruido, en cambio, los efectos no auditivos pueden producirse a niveles relativamente bajos pero constantes de sonido ambiental, incluso cuando pensamos que nos hemos adaptado a él.
Esto se debe a que nuestro cuerpo reacciona a la exposición diaria y constante al ruido (por ejemplo, desencadenando respuestas hormonales), aunque no seamos conscientes de ello.
Varios países dan cuenta de estrictas regulaciones que norman las reglas de convivencia en las comunidades. La violación de lo estipulado no se maneja mediante disputas personales, el afectado reporta sin complicaciones la indisciplina a la autoridad y esta actúa de manera efectiva para ponerle fin.
En Cuba existen leyes concebidas para amparar el entorno sonoro desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio ambiente, pero de qué sirven cuando hay lagunas evidentes en su implementación y control, cuando las consecuencias para los infractores no son lo suficientemente eficaces como para significar el coto definitivo de sus actitudes.
El entorno sonoro forma parte de la calidad de vida de una sociedad. Disfrutar del silencio, escuchar en el espacio propio lo que cada cual elija, no es un privilegio, es un derecho ciudadano.
Procurar ese derecho para el otro es también un deber de cada persona, (reconocer y comprender las diferencias entre espacio público y privado), y por supuesto, de las autoridades, un tema trivial para muchos en comparación a las dificultades de la sociedad cubana, pero que también tributa al irrespeto y la falta de cultura ciudadana, esa que nos aparta del resto de la cadena alimenticia y nos hace homo sapiens pensantes y civilizados.
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