Tus botas siempre están listas para salir y aunque nadie sospecha cuántos horizontes abrazan tu pensamiento, hay un motivo que te hará siempre estar: vamos junto a ti.
La inspiración cautiva el cuerpo, mientras te empeñas en hacerlo todo bien, y en verdad, nadie puso en tus manos el libreto de cómo se hace mejor.
Desafías los riesgos de cada amanecer, y aunque puede que te atrapen los encantos de la vida, el faro de tu convicción verdadera siempre volverá a iluminar la condición de tu existencia misma.
En cada beso estremecido o discreto liberas la ternura de un orgullo que siempre será tuyo, porque tu savia también es vida, y tus abrazos pueden salvar de las trivialidades del mundo.
Ese amor que te estalla en el pecho, y hasta la brisa que enfría la respiración cuando alguien lastima o expone a tu mejor obra, afianza la fibra que te mantendrá siempre unido a alguien muy tuyo, llegada la hora de las distancias.
De tus ojos siempre viene la mirada limpia y mientras en tu rostro se dibuja la sonrisa de todo lo que te hace más feliz, trasluces el ejemplo que se queda impregnado por siempre, en ese lugar donde la perfección es posible, donde viven valores y sentimientos.
Y siempre volverás, aunque el inevitable oasis de la vida te distancie y solo vivas en los recuerdos de aquella foto donde sonreíste una vez, o luciendo la juventud que te presumía; quizá con la cabellera blanca y hermosa que ahora tanto se añora.
Jamás podrá extinguirse tu huella, porque a ti, papá sin semejanzas, sin pretextos; papá de entregas, la vida te será eterna, aunque a veces digan que Padre es cualquiera.
/ymp/
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