Armando, la pasión de torcedor

20 de Sep de 2019
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Sentado en su silla de trabajo en la fábrica Enrique Casals Villarreal,  rodeado de hojas de tabaco y de otros compañeros como él: atentos al torcido y la terminación de los puros; Armando Cuevas Fernández está en el lugar exacto, en el sitio justo al que estaba destinado.

Desde hace cuatro años, cada mañana, muy temprano, este joven de Las Tunas inicia su labor; una pasión que  le enamoró aquella primera vez que sus manos le dieron forma a un puro. Mientras conforma tripa, capote y capa, hasta llegar al producto final  refiere que este arte demanda oficio y tesón.

«La primera habilidad es hacer un buen tabaco, de buena calidad, con el material que lleva,  la picadura, el refuerzo y el capote. La segunda es la rapidez, desempeñarse con agilidad y cumplir siempre la meta: hacer trescientos diarios.»

-¿Y cuál es tu promedio? ¿Cumples con esa meta?

-Entre 300….310 ó 320. Esa es la exigencia de la norma diaria aquí en la fábrica.

-¿Cómo se hace un buen tabaco?

-Como te decía, lo más importante es el material, que debe tener buena calidad. También debes echarlo exacto, para que el tabaco no quede ni muy blandito porque resulta con baches, ni muy duro que no se pueda fumar. En tercer lugar está el prensado, que es de 15 minutos y 15 minutos, si te pasas queda duro y si no le das el tiempo necesario entonces resulta muy blando.

Armado de tabla, chaveta, casquillo, guillotina, goma y otros implementos imprescindibles en el torcido, fabrica los puros destinados al consumo nacional, pero siempre con la premisa de despedir el humoso encanto de una fumada.

«Mi aspiración es ser profesor tabaquero pues una gran  responsabilidad. Y llegar a hacer tabaco para la exportación, el último peldaño en este oficio.»

Mientras habla sus manos parecen revolotear sobre la mesa con una rapidez asombrosa que dificulta seguir con la vista el proceso productivo que, comenta con entusiasmo, se acompaña por las lecturas de tabaquería, otra tradición nacida en Cuba en el siglo XIX, y que en la Enrique Casals , de nueve a 10 de la mañana, acompaña a los obreros  con piezas de la literatura universal y cubana y, de una a dos de la tarde, con la lectura de la prensa  nacional.

Dice Armando que no fuma- en su familia sólo su abuela lo hace – pero ha sido juez y testigo de sí mismo en un oficio que un día sueña coronar –  reitera- con esos famosos habanos que han sumado fama a su isla.

«Este es un trabajo, un oficio, hermoso y tranquilo».

/nre/

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