Las Tunas.- Las mujeres que viven en las zonas rurales son igual de hermosas cuando están bien vestidas en una fiesta o en medio del campo, con los rostros sudados por el sol. Y son útiles en la bodega de la comunidad, en una de las aulas de la escuela o por el aporte que hacen en la producción de alimentos.
Estas últimas son especiales porque no temen ni a los animales ni a las inclemencias del tiempo y menos, a eso que dicen por ahí de que las mujeres son el sexo débil. Al contrario, serlo y ser una mujer rural engrandece el alma y la voluntad de siempre hacer, a pesar de los obstáculos.
De ellas no pueden decirse nombres porque sus hechos y sus historias se repiten en cualquiera de los municipios de Las Tunas. Entre vacas y terneros, y rodeadas de aves, transcurren sus días, con el valor agregado de desempeñarse por sí mismas; incluso, sin ayuda.
Pero, en medio de tan difíciles tareas siguen sintiéndose lindas, útiles, independientes y felices porque aman lo que hacen y la quietud de la campiña les permite disfrutar más de sí, de la familia y del verdor que regala la madre naturaleza.
A la siembra de cultivos varios y la crianza de animales domésticos, ellas suman jardines coloridos, patios que no dan cabida a las hierbas y unas suculentas comidas, casi siempre aderezadas con sus propias especias y el sabor inconfundible de un fogón de leña.
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