Cuando el trabajo se convierte en salud

22 de Feb de 2018
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Cuando el trabajo se convierte en saludLas Tunas-. Desde el cantío del primer gallo hasta que la noche pinta de negro el  monte, Oscar Estrada Milanés está de pie.

«Yo me paso todo el tiempo trabajando desde la madrugada hasta la noche. No se vivir de otra manera. Hago todo lo que tenga que hacer: busco los mandados, chapeo las plantas, desyerbo y a mí no me duele nada».

Nació el día 22 de julio del 1933 y desde los 12 años ordeña vacas. Cuenta que cuando comenzó le pagaban solo 10 pesos mensuales desde las 2:00 de la mañana hasta las 7:00 de la noche.

«Cuando joven nunca me enfermé. Luego comencé con problemas en la próstata y el médico me sugirió que no montara más a caballo.

«No le tengo miedo a la enfermedad, frecuento el médico y voy a todas sus consultas cada seis meses. Pero de ahí en fuera no padezco nada más, camino a pie lo que nadie imagina».

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Con 84 años, no estorba, no molesta, por el contrario, es un eslabón fundamental en el sostén y mantenimiento de su familia, que vive en un lugarcito rural, a unos cinco kilómetros de esta ciudad.

«El único hombre que hay en mi casa soy yo, cuido a mi mujer, que está enferma y tengo que hacer por ella todas las labores. Preparo la comida, lavo su ropa y hasta limpio la casa.

« A veces  tengo que bañarla, embutirle, porque ella no quiere comer. Todo lo hago yo en mi casa, porque yo soy el tipo de hombre que no depende de nadie» expresa sonriente.

Se le ve ir y venir entre los campos. Tabaco en mano, enorme sobrero, piel morena.

«Tengo unas tierritas, pero no mucho: hay plátano burro, boniato, yucas y calabazas, unas cositas para entretenerme cuando no tengo nada que hacer en otros lugares. Lo que no puedo es descansar, porque si me acuesto, luego no puedo caminar.

«Mi secreto para sentirme sano es estar en actividad todo el tiempo, siempre en acción y con el cuerpo en calor, para que no me duela nada».

Sonríe mucho, es feliz porque es útil, y cada vez más fuerte al saber, que su mujer y su hogar están en sus manos.

Ya me miró y me dijo sonriente: «¡te prometo, que cuando cumpla los 100 años, ordeñaré para ti mi última vaca!»

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