Era el sol de la casa; la tempranera luz de la mañana. Una mujer llena de amanecidas que, a pesar de sus años, guardaba siempre el vigor de la mocedad para darse en bien de sus seres amados. Sus arroces con frijol caballero resultan inolvidables, todavía se le ve en el patiecito del costado recogiendo la cosecha para improvisar algo de último minuto ¡Y qué delicias salían de aquel fogón alimentado por la leña del campito cercano!
