Octubre de 1868: Vicente García y la articulación estratégica del levantamiento en Las Tunas

13 de Oct de 2025
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El mes de octubre de 1868 constituye un momento fundacional en la historia de Cuba, cuando la conspiración independentista se transformó en insurrección armada.

Si bien la historiografía tradicional ha situado el Grito de Yara del 10 de octubre como el punto de partida de la Guerra de los Diez Años, los acontecimientos desarrollados en la región de Las Tunas bajo el liderazgo de Vicente García González revelan una dimensión estratégica que complejiza el relato centralizado en Carlos Manuel de Céspedes.

La madrugada del 10 de octubre encontró a Céspedes forzado a adelantar su alzamiento tras descubrirse una delación que comprometía la conspiración. Esta decisión, tomada en circunstancias apremiantes, alteró los tiempos previstos y obligó a los demás conspiradores a acelerar sus movimientos.

En este contexto, la capacidad de respuesta del movimiento independentista se puso a prueba, y fue en Las Tunas donde se evidenció una reacción particularmente eficaz.

Vicente García se encontraba en los preparativos finales de un levantamiento coordinado para el 14 de octubre cuando recibió la noticia del alzamiento cespedista durante una sesión del ayuntamiento el día 11.

Sorprendido en pleno centro del poder colonial, su reacción inmediata demostró un temple político y militar notable: mantuvo la compostura frente a las autoridades españolas y esa misma noche convocó a sus hombres en el potrero El Hormiguero. Allí reorganizó las columnas insurrectas y adelantó el asalto a la ciudad para el 13 de octubre. Esta capacidad de adaptación ante lo imprevisto marcaría su estilo de mando a lo largo del conflicto.

El asalto a Las Tunas representó la primera acción militar de envergadura en la región oriental tras el Grito de Yara. Bajo el mando de García, unos 200 hombres mal armados lograron tomar la Plaza de Armas y acorralar a la guarnición española en la iglesia fortificada. Aunque no se consumó la toma completa de la ciudad, el mensaje político y militar fue contundente: la insurrección no era un gesto aislado, sino el inicio de una campaña sostenida en múltiples regiones del país.

Las semanas siguientes confirmaron la eficacia táctica de García. Transformó el territorio tunero en un espacio hostil para las columnas españolas, obteniendo victorias en La Cuaba y Arroyo de la Palma.

Su estrategia se basó en el conocimiento profundo del terreno, la movilidad de sus fuerzas y la capacidad de atacar las líneas de suministro enemigas. Estos éxitos tempranos no solo proporcionaron recursos materiales, sino que consolidaron la moral de los combatientes y favorecieron la expansión del movimiento insurreccional.

La respuesta colonial no se hizo esperar. El coronel Eugenio Loño, al mando de refuerzos españoles, implementó una política de represalia que incluyó el encierro de la familia de García en su propia casa, causando la muerte de dos de sus hijos menores. Este acto de violencia extrema, lejos de quebrar la voluntad del líder tunero, fortaleció su determinación y la de sus seguidores.

García respondió intensificando las operaciones militares, demostrando que la represión solo servía para alimentar el espíritu de resistencia.

Desde una perspectiva historiográfica, el papel de Vicente García en el inicio de la Guerra de los Diez Años debe ser reevaluado como el de un actor con autonomía estratégica y profundo arraigo regional. Su liderazgo no se limitó a seguir las directrices del alzamiento de La Demajagua, sino que supo interpretar el momento político y militar con agudeza, convirtiendo una situación de incertidumbre en una oportunidad para consolidar la insurrección en el oriente del país. Su capacidad para mantener la cohesión de sus tropas, mayoritariamente compuestas por campesinos libres, revela una comprensión profunda de las dinámicas sociales de su territorio.

García entendió que el éxito de la insurrección dependía no solo del valor en el combate, sino de la capacidad de organizar un movimiento sostenible en el tiempo. Su liderazgo se basó en el ejemplo personal, la legitimidad moral y la adaptación a las circunstancias específicas de la región tunera. Mientras Céspedes encarnaba el gesto fundacional de la rebelión, García representaba la persistencia organizativa que permitiría sostener la lucha durante una década.

La importancia de sus acciones trasciende el ámbito militar. Su rápida respuesta ante el adelanto del alzamiento demostró la flexibilidad del movimiento independentista. Mientras en otras regiones la noticia del levantamiento causó confusión, en Las Tunas García supo capitalizar el momento y convertir una potencial crisis en una ventaja estratégica.

El asalto del 13 de octubre no fue una acción desesperada, sino el resultado de una planificación meticulosa y una ejecución precisa, características que definirían su estilo a lo largo de la guerra.

Octubre de 1868 fue, por tanto, el crisol donde se forjó no solo la guerra independentista cubana, sino también la figura de Vicente García como líder militar y político. Su actuación en estas semanas cruciales demuestra que la revolución dependía tanto de la improvisación ante lo imprevisto como de la firmeza ante la adversidad.

El estudio de estos acontecimientos permite comprender mejor la naturaleza descentralizada del proceso independentista, en el que múltiples liderazgos regionales se articularon en torno a un proyecto común de emancipación nacional.

/lrc/

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