Agosto casi se despide, dejando atrás suspiros, experiencias. El oasis que deviene el verano cierra temporalmente sus puertas para dar paso al período lectivo, al tropelaje de las clases y todo lo que ello conlleva.
Volverá el reencuentro con los compañeros de aula, cada uno con sus propias anécdotas. El último noviazgo, los lugares visitados, la adrenalina aún en las venas que deja la etapa estival, esas energías repuestas y necesarias. Pero también asoman desafíos. Nuevas asignaturas y profesores, libros por explorar, el proyecto pendiente…
Especialmente, cuando los más pequeños de casa descubren ese hermoso laberinto del saber que representa una escuela, la metamorfosis también contagia a la familia. Y vemos a los abuelos adornando loncheras, a los padres prueba y arregla uniforme, a la tía sugiriendo peinados, a tantas manos involucradas en la forradera de libros y la preparación de todos los accesorios y complementos.
No extraña que, llegado el primer día de septiembre, algunos rostros disimulen las lágrimas y los padres, cual niños también, observen desde cierta distancia cómo el hijo se abre paso ante la vida. Sí, claro, es lógico que asomen igualmente los nervios y hasta cierto temor por aquella obsesión inherente de proteger su mayor tesoro, pero también el orgullo de ver cómo echa a volar el pequeño o pequeña por los senderos del conocimiento.
Por eso las clases no empiezan un día, qué va, sino mucho antes. En la mochila nueva, en los consejos preliminares, en el uniforme ajustado a la medida, en las preguntas que una a una aparecen nuevamente cada vez que el calendario escolar anuncia: ¡Ya llegué! En esos y otros elementos va el inicio de un período que siempre, aun variando ciertos matices, resulta importante para la vida.
Hay retos incluso de índole somnolienta, como reaprender a levantarse temprano; más formales como pelarse y peinarse correctamente; porque el inicio de curso siempre es un hervidero de emociones que, por supuesto, no todos tienen necesariamente que vivir igual.
A veces le toca a la abuela llevar de la mano al estudiante. A veces es papá quien, a horcajadas, lleva al pequeñuelo al círculo y se le hace un nudo en la garganta cuando queda llorando porque, por más atenciones y sabiduría que reciba allí, su hogar es insustituible.
A veces es mamá quien, aún soltera y a toda prisa, con un niño del brazo izquierdo y otro, del derecho, enfrenta el desafío. Y es ahí cuando debe levantarse mucho más temprano para que dé tiempo a realizar el desayuno y todo lo demás, para luego dejar a un niño en una escuela y al otro, pues en otra.
Las instituciones educativas se vuelven de alguna manera espejo de lo que somos, pero especialmente de lo que queremos. Por eso el maestro, que lleva varios días sin descansar en preparaciones metodológicas y cuestiones similares, también espera ansioso la arrancada porque se sabe útil y eso es superior a cualquier estrés.
Agosto casi se despide, dejando atrás suspiros, experiencias. No cabe dudas. Pero también llega septiembre orgulloso con nuevas oportunidades para crecer y ser mejores. Tras ese mes habita toda la magia que puede hacer la diferencia. Así, cual locomotora de sueños, anuncia su pitido y nosotros, entre nervios y ansias, no podemos hacer más que esperarlo con los brazos abiertos.
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