Por: Dr. Alejandro Barroso Mestre. Especialista en Toxicología
Las luces del Palacio de las Naciones en Ginebra se han apagado, y con ellas, gran parte de la esperanza de un avance decisivo en la lucha contra la contaminación por plásticos. Tras días de intensas negociaciones, en los que la ronda final debía ser para un tratado global y vinculante, la cumbre ha concluido sin el consenso necesario.
Desde mi perspectiva como toxicólogo, este resultado no es solo una decepción diplomática; es una amenaza directa y creciente para la salud humana que hemos decidido, una vez más, postergar.
Un Consenso Ahogado en Plástico
El principal «resultado» de esta cumbre fue la incapacidad de llegar a un acuerdo. A pesar de las maratónicas sesiones y la presión de la sociedad civil y la comunidad científica, las delegaciones no lograron consensuar un texto final. El borrador sobre la mesa buscaba, por primera vez, abordar el ciclo de vida completo del plástico, desde la producción de polímeros vírgenes hasta su gestión como residuo.
Se lograron tímidos avances en el reconocimiento de la necesidad de una mayor transparencia en los aditivos químicos y en la promoción de la economía circular. Sin embargo, los puntos más cruciales, aquellos que realmente podrían haber marcado un antes y un después, quedaron sin resolver, suspendiendo las negociaciones y dejando el futuro del tratado en un limbo preocupante.
Un Caballo de Troya en las Negociaciones
¿Qué impidió un tratado a la altura del desafío? La respuesta es tan compleja como frustrante. Por un lado, una brecha profunda separó a las naciones de «alta ambición», que abogaban por medidas audaces como la reducción drástica en la producción de plástico virgen, de un bloque de países productores y con fuertes intereses en la industria petroquímica.
Este último grupo, con el apoyo de un ejército de lobistas de la industria del plástico y los combustibles fósiles, logró desviar el foco de la discusión. Su estrategia fue clara; marginar el problema de la producción y centrar el debate exclusivamente en la gestión de residuos y el reciclaje.
Esta es una visión peligrosamente miope. Es como intentar vaciar una bañera que se desborda usando un dedal, en lugar de cerrar el grifo. La ciencia es contundente; reciclar no es, ni será jamás, suficiente para manejar los más de 450 millones de toneladas de plástico que producimos anualmente, una cifra que se triplicará para 2060 si no actuamos. Además, se argumentó que los impactos en la salud humana quedaban fuera del mandato del tratado, una afirmación que desde la toxicología resulta, como mínimo, irresponsable.
Una Amenaza Ignorada en Nuestro Torrente Sanguíneo
Como especialista en toxicología, veo el plástico no solo como un contaminante ambiental, sino como un vector de enfermedades. Cada objeto de plástico es un cóctel químico. Contiene aditivos —ftalatos, bisfenoles (como el BPA), retardantes de llama bromados— agregados para darle flexibilidad, durabilidad o color.
Estas sustancias no están químicamente unidas al polímero y se liberan a lo largo de la vida útil del producto, contaminando el aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que comemos.
El problema se agrava a medida que el plástico se fragmenta en microplásticos y nanoplásticos, partículas diminutas que ya hemos encontrado en los lugares más insospechados de nuestro organismo: en el torrente sanguíneo, en los pulmones, en la placenta materna e incluso en el cerebro.
Estas partículas y los químicos que transportan actúan como disruptores endocrinos, alterando nuestro delicado sistema hormonal. La evidencia científica los vincula con una epidemia silenciosa de problemas de salud:
● Problemas reproductivos: Infertilidad, pubertad precoz.
● Trastornos del desarrollo neurológico: Impactos en el desarrollo cerebral de fetos y niños.
● Cáncer: Ciertos aditivos están clasificados como carcinógenos.
● Enfermedades metabólicas: Obesidad y diabetes.
El fracaso de la Cumbre de Ginebra en imponer controles estrictos sobre la producción y los aditivos tóxicos es, por tanto, un fracaso en la protección de la Salud Pública global.
Al ceder ante los intereses industriales, los negociadores han ignorado la toxicidad inherente del ciclo de vida del plástico. Nos han dejado con un vaso medio vacío que, lamentablemente, está lleno de sustancias químicas peligrosas.
La salud humana no es negociable. Necesitamos urgentemente un tratado que no solo limpie nuestros océanos, sino que también proteja nuestra biología. Y eso, inequívocamente, comienza por reducir la producción de plásticos y regular su peligrosa composición química. Cualquier otra cosa es condenarnos a un futuro envenenado.
/mga/
Comente con nosotros en la página de Facebook y síganos en Twitter y Youtube