Las Tunas.- La historia reciente de Cuba y el mundo escribe en letras mayúsculas el nombre de Fidel y ni siquiera hay que mencionar los apellidos Castro Ruz para saber que se refiere al líder y estratega que desafió al gobierno de los Estados Unidos, siempre en defensa de la soberanía de los cubanos.
Aquí se le recuerda este noviembre con singular énfasis porque el almanaque marca la fecha de su muerte física, esa ley natural que ocurrió cuando ya había vivido nueve décadas y participado en numerosos procesos políticos, sociales y económicos.
Nueve años sin su presencia real multiplican los recuerdos, algunos grabados en imágenes televisivas o de la prensa impresa y otros, en el corazón. Y se le ve joven y hermoso en su época de estudiante en la Universidad de La Habana, haciendo renacer entre antorchas al Héroe Nacional José Martí.
Está en el fuego de las balas en el cuartel Moncada y luego entre rejas, con el rostro serio y la mirada altiva y orgullosa que repitió en un juicio, cuando defendía sus ideas sin necesitar la defensa de otros abogados porque aunque se le condenara, la historia haría emerger la verdad.
En el Presidio Modelo de la otrora Isla de Pinos no se dio por vencido y tras la amnistía de mayo de 1955, puso rumbo a México, donde sumaron 82 jóvenes valientes. Juntos, a bordo del yate Granma, partieron de Tuxpan y llegaron a Las Coloradas para la etapa final de la gesta independentista.
Las bombas del enemigo, los traidores y las limitaciones materiales de la Sierra Maestra tampoco hicieron rendir a Fidel, un hombre que supo ser de acero ante las adversidades y que ganó disímiles batallas con la certeza de que el triunfo no era suyo, sino de todos los que arriesgaron sus vidas, también en el llano.
Enero de 1959 lo mostró transformado, más maduro, y con una crecida barba que jamás rasuró. Su paso hacia la capital fue una fiesta en cada pueblo porque con él llegó la alborada, el estímulo a salir adelante, la ansiada paz y la fe inquebrantable en la victoria.
Fue aclamado por las masas en África, Latinoamérica, Asia, y hasta en el corazón de Estados Unidos. Todos querían verlo y escucharlo hablar en aquellas actividades multitudinarias. Con el paso de los años, regaló a las naciones del mundo el más bello de los sentimientos, la solidaridad.
En la memoria colectiva, Fidel Castro Ruz dejó una huella que para la mayoría de los cubanos significa orgullo y que perdura más allá de un monumento, una fecha o una imagen. Es un símbolo de dignidad y el ancla que define el futuro de la Patria, con un compromiso a favor del bien común.
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