Cuando Colón moría en Valladolic, allá por 1506, cubierto por ropajes de miseria y despojado injustamente de sus títulos, no sospechaba la magnitud de su proeza.
Cómo iba a saber aquel hombre de apenas 55 años que el rumbo de sus navegaciones le llevarían a descubrir un nuevo continente: nuestra América. Cómo iba a saber que la historia jamás sería la misma y que, sin pretenderlo, se volvería timonel de cambios significativos en las posteriores relaciones humanas, mercantiles, políticas, sociales o culturales.
Un sueño que partió desde Castilla el 3 de agosto de 1492, al amparo y mandato de los Reyes Católicos, pero que sufrió una fabulosa metamorfosis. Dos meses y nueve días bastaron para cambiar el curso de la historia: pretendiendo llegar a Oriente navegando desde Occidente, el navegante genovés llegaría a un nuevo mundo. Lo que creía era las Indias fue realmente la isla de Guanahaní, en el actual archipiélago de Bahamas.
Así, en tiempos en que la gente creía que la tierra era esférica y que los proyectos apostaban por ello, don Cristóbal encontró tierra nueva y fue, si lo miramos con poesía, uno de los principales alquimistas del mapa universal.
Aquí, en cambio, esperaban nuestros indígenas con sus vestimentas escasas y su lenguaje enrevesado, ofreciendo sus tesoros a aquellos hombres que parecían dioses detrás de trajes vistosos, accesorios metálicos, flamantes naves de madera y finos ademanes.
La Pinta, la Niña y la Santa María fueron las embarcaciones que acompañaron el periplo, no sin escollos por el camino. Al timón de la Pinta, por ejemplo, hubo que arreglarlo en las Canarias, pero el viaje no se detendría.
¿Qué pasaron durante aquellos poco más de dos meses, Colón y sus hombres…, cómo saberlo?
Los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón, y los alrededor de 120 hombres inmersos en la encomienda, enfrentaron los vaivenes del mar y el destino, para realizar el primero de cuatro viajes significativos: aquel que marcaría el descubrimiento de América.
Hoy Colón está dormido entre las olas del tiempo, pero no viaja a la deriva. Después de casi tres siglos en el anonimato, su obra encontró justo reconocimiento en todos aquellos que nos sabemos herederos de un choque cultural sin precedentes. Uno de esos viajes, de hecho, marcó su llegada a Cuba y, por tanto, a él le debemos una porción importante de ese ajiaco cultural que somos.
Este 12 de octubre, más de 500 años después de aquel 1492, seguimos por los mares de la sombra y el agradecimiento.
/lrc/
Comente con nosotros en la página de Facebook y síganos en Twitter y Youtube
0 comentarios