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Yanira, madre de karatecas y entrenadora para la vida

Por: Yoan Guevara Espinosa y Gabriel Manuel Peña Ramírez.

Las Tunas.- El día a día de Yanira Crespo, como el de otras tantas féminas en la Cuba que se esconde detrás de las prisas por la cotidianidad, resulta la narrativa de una mujer que desafía estereotipos y le pone voz propia al reto de corresponderle a sus dos grandes pasiones: el karate-do y la familia.

Desde hace algún tiempo para Yanira las mañanas comienzan antes de que suenen las alarmas y así tener el tiempo suficiente para cerciorar al detalle la rutina de sus pequeñas, a lo largo de la jornada, además de ocuparse de varias tareas del hogar, porque las preocupaciones de madre no entienden de horarios y son impostergables.

“Constituye un sacrificio enorme llevar las dos facetas de una manera aparejada, solo se consigue con el debido amor por lo que hacemos y, a su vez, deja de ser un trabajo para convertirse en una realización personal”, reconoce en un breve bosquejo por el quehacer habitual.

Una vez en el gimnasio de la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) Carlos Leyva González, aún con su mente en torno a lo dejado atrás, asume la responsabilidad que supone el kimono blanco, símbolo de disciplina y entrega, atado por un cinturón negro con la fortaleza del alma y el amor por un deporte capaz de convertirse en fe de vida.

En el tatami, Yanira aspira a formar seres de vasta humanidad, íntegros ante los ojos del mundo contemporáneo y con los valores necesarios para crecerse en el futuro, pues el título de campeón puede volverse demasiado efímero y las medallas van y vienen; sin embargo, esas lecciones de espíritu quedan grabadas hasta la eternidad.

“Los méritos llegan por el empeño de siempre hacia la profesión, por ese sentimiento que nos lleva a la práctica del deporte, la cual conduce por un camino de abnegaciones diarias, ya sea como mujer, trabajadora, madre o como cualquier persona en la actualidad, poco se consigue sin esfuerzo”, admite con convicción.

De su cuerpo nacieron dos hijas y en el transcurso de los años le han surgido muchísimos más, con esos jóvenes que la llaman “profe” y siguen sus indicaciones mediante la confianza ciega de perpetrar los anhelos como atletas.

“Mi esposo siempre ha estado ahí conmigo, en las buenas y en las malas, me apoya tanto en la casa con las niñas como con cuestiones laborales; aunque en ocasiones me deja por imposible porque sabe cuánto disfruto lo que hago”.

En ese sitio sagrado, forjado con sudor y la voluntad de seguir cuando fuerzas se agotan, Yanira les brinda a sus discípulos las armas para combatir los momentos más difíciles que el destino pueda depararles y con ellas transmite la esencia de la disciplina, mientras los muchachos la perciben como esa madre de karatecas y entrenadora para la vida.

“Dejar a las niñas en casa para salir a competencias o bases de entrenamientos es un sacrificio que también involucra al núcleo familiar y ahí tengo la ayuda de mi esposo y mi mamá, de ellos se desprende cualquier logro, del respaldo de los más cercanos”.

/mga/

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