Las Tunas.- En el ajetreo de miradas arrastradas por la cotidianidad existen ojos que ameritan una pausa. A sus 24 años, Adianez Batista Heredia mira con la luz cálida y paciente de quien parece descifrar el mundo antes de que lleguen las palabras. La magia que brota de sí misma tiende un puente de ternura hacia un universo a menudo incomprendido: el de los niños.
Se podría decir que el presente de esta joven licenciada en Logopedia proviene de los trucos que a veces hace la vida. Adianez se aferró al eco que provenía de algún lugar, en el centro de su pecho, y dejó en segundo año la carrera de Medicina para comenzar de cero.
“No hay mal que por bien no venga, pues fueron momentos maravillosos en cuanto empecé la carrera. Resaltar el trabajo que tienen en el Departamento de Educación Especial en la Universidad de Las Tunas, educadores del alma que le transmiten a sus estudiantes el amor por la profesión que escogemos”.
El giro que dio a su destino no fue un abandono, sino un reencuentro. Lo que la retine a su presente es un vínculo distinto, uno que quizá no cure cuerpos; pero ayuda a conectar almas y mundos.
“En una actividad a la que asistí, dedicada al día de concientización del autismo, coincidí con varios niños que tienen Síndrome de Down y desde ese momento que comencé a observar cómo interactuaban y a trabajar con ellos, me di cuenta que estaba en el sitio correcto; es lo que me gusta hacer, donde más feliz soy y donde puedo contribuir a la sociedad. Son pequeños que tienen mucho amor para dar y nosotros necesitamos saber abrir las puertas para recibir todo lo que nos den”.
Adianez forma parte del equipo de especialistas que laboran en el Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) en Las Tunas y en su consulta el tiempo tiene otra cadencia.
“Desde mi último año en la universidad hice mis prácticas en el CDO, pues iba a entrar por la compañera que me guió ese tiempo. Es un trabajo muy diferente a lo que vemos durante las clases, en las escuelas; requiere de mucha preparación y estudio.
Como Logopeda mi labor va más allá de atender un trastorno del lenguaje y la comunicación, tengo que dar impresiones diagnósticas de una discapacidad intelectual o del nivel intelectual de cada niño. Hay que hacer equipos, buscar referencias para dar un diagnóstico certero y eficaz”.
El brillo que ilumina su semblante al relatar algunas de sus jornadas de trabajo va más allá del éxito profesional, pues describe cómo palpita un ser cuando ha encontrado su lugar exacto.
“Lo más satisfactorio al final del día son los abrazos de los infantes. Es extraño el niño que no se pare de la mesa de trabajo y nos abrace, eso es hermoso. Además, nosotros hacemos recomendaciones, seguimiento, un plan de estimulación, y al tiempo poder ver el avance, el cambio en esa criatura, una dice: sí se puede, vamos a seguir y buscar otras cosas”.
Por estos días hay algo que vuelve su mirada especialmente dulce y es la génesis del proyecto “Cromosoma de Amor”, inaugurado este 16 de diciembre en la provincia, cuya misión, además de arrebatar sonrisas, es el desarrollo integral de los niños con Síndrome de Down.
“Hay muchos proyectos para trabajar con otras características, pero específicamente con esta condición, que además es lo que me apasiona como persona, trabajadora, educadora no existía ninguno. En una ocasión trabajando en el CDO surgió la idea y empezamos a darle forma a todo”.
“Hasta ahora pretendo seguir donde estoy, contenta porque me encanta mi equipo de trabajo, somos una familia. Estamos aprendiendo poco a poco, pero con todos los deseos y las ganas de triunfar, de dar un buen diagnóstico y una orientación certera para la familia y los niños con estas necesidades educativas especiales”.
Al retomar el ritmo habitual de la ciudad, aún queda en el aire la presencia de una mirada que comprende, que es cómplice de las sonrisas más inocentes. El legado de Adianez no estará sujeto al cúmulo de informes, sino a la expresión de felicidad en el rostro de infantes que, gracias a ella, hallan su propio y único modo de decir: “aquí estoy”.




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