Por: María Karla Velázquez Quevedo
Las Tunas.-El 28 de noviembre de 1893, se apagó el corazón de Mariana Grajales. Pero no su legado ni su ejemplo. Nacida en Santiago de Cuba en 1815, Mariana no fue solo madre de Antonio, José y tantos otros hijos que empuñaron el machete por la independencia. Fue madre de una causa, de una ética, de una Cuba que aún no existía, pero que ella ya soñaba libre y digna.
En su hogar se forjaron patriotas. En su pecho se templaron los dolores de la guerra. Curó heridos, alimentó combatientes, organizó campamentos, y cuando la muerte le arrebataba un hijo, respondía con firmeza: “Aún me quedan más para dar a la patria.”
Su vida fue una escuela de coraje y ternura revolucionaria. Mariana no pidió permiso para ser protagonista, lo fue en la manigua, en la historia, en la conciencia de un pueblo que aprendió a ver en ella el rostro de la mujer cubana: fuerte y justa.
Murió en el exilio, lejos de su tierra, pero no lejos del amor de su pueblo. Las Tunas la recuerda en sus escuelas, en sus mujeres que luchan, en sus jóvenes que estudian, en sus madres que educan con valor, porque Mariana no es solo pasado: es pólvora en la memoria, machete en la conciencia, y mandato en la historia.
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