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José Martí: Mírame madre y por tu amor no llores

A pesar de que José Martí vivió poco tiempo al lado de su madre Leonor Pérez, siempre el amor sentido hacia ella estaba presente en sus escritos.

José Martí: Mírame madre y por tu amor no llores
El joven José Martí, en presidio.

El doctor en Ciencias Recaredo Benítez Rodríguez Bosh, profesor titular en la Universidad de Las Tunas, expone que la primera carta que se conoce de Martí hacia su madre fue cuando Pepe tenía nueve años, y se encontraba con su padre Mariano Martí en la Finca de Hanábana radicada en la provincia de Matanzas.

«Con la ingenuidad y la ternura de un niño de nueve años, Martí le cuenta a la madre que está dedicando su tiempo a enseñar a caminar de frenado a un caballo para que marche bonito», comenta el profesor.

El joven cubano amante de la naturaleza se siente pletórico de dicha al poder estar rodeado de campo, disfrutar del trinar de las aves y cuidar de un gallo fino.

«Pero siempre me detengo en la despedida de esta carta, porque estamos hablando de un niño y se despide con esta expresión: su obediente hijo que la quiere con delirio, José Martí».

El también presidente de la Cátedra Martiana de la Universidad, expone que en la medida en que Martí crece, hay toda una literatura dedicada a su madre. Por ejemplo, en el año 1868, para un cumpleaños de Doña Leonor escribe un hermoso poema, aun adolescente.

«Madre del alma, madre querida,
Son tus natales, quiero cantar;
Porque mi alma, de amor henchida,
Aunque muy joven, nunca se olvida
De la que vida me hubo de dar.

Pasan los años, vuelan las horas
Que yo a tu lado no siento ir,
Por tus caricias arrobadoras
Y las miradas tan seductoras
Que hacen mi pecho fuerte latir.

A Dios yo pido constantemente
Para mis padres vida inmortal;
Porque es muy grato, sobre la frente
Sentir el roce de un beso ardiente
Que de otra boca nunca es igual».

Recaredo relata además cómo Martí recuerda a su madre en los tristes días de su presidio político.

«Sufre cruelmente nuestro querido apóstol en las canteras de San Lázaro. Con apenas 17 años no se queja; sin embargo en la primera fotografía que logra dedicar a su madre, con el grillete ceñido a su cintura y de ahí hasta el tobillo, escribe en el dorso: Mirame, madre, y por tu amor no llores: Si esclavo de mi edad y mis doctrinas Tu mártir corazón llené de espinas, Piensa que nacen entre espinas flores».

Así, en la vida de Martí, se ubican por siempre en ambos lados de una balanza, el amor hacia su madre y el amor hacia la Patria.

El profesor Recaredo expone que de este sentimiento surge Abdala y brota en la carta de despedida a su madre escrita el 25 de Marzo de 1895 desde Montecristi.

«Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.

Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mí alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición. Su J. Martí».

/mdn/

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