Las Tunas.- Dicen que el amor de abuelos supera todos los afectos. Recuerdo que fue en una parada cuando me pareció reconocer a la mía en una señora, regañando con cariño a su nieta adolescente diciéndole que cuando llegaran a casa le iba a hacer el caldo que más le gustaba porque a ella no la engañaba, tenía la «cara achurrada».
Y es que ellos manejan el magisterio del amor con una experticia única, nos conocen como nadie y con solo escucharnos saben si estamos enfermos o disgustados, aunque no estén muy seguros de cuánto hemos crecido porque todavía nos ven como sus pequeños.
Si bien es cierto que no hay quien les gane poniendo refranes a cada situación de la vida, intentan que no nos equivoquemos y cometamos sus mismos errores, obviando aquello de que «nadie escarmienta por cabeza ajena», eso sí, siempre pensando en nuestro bienestar.
Nos logramos subir a la guagua, y aunque la chica se empeñó en que la que peinaba canas tomara asiento, no hubo fuerza terrenal para impedir que la sentara en sus piernas, como si de una niña de apenas siete años se tratase. Mi abuela, apareció otra vez.
Con ella aprendí la palabra «parsimonia» al referirse a mi abuelo y sus lentas maneras de escoger arroz, pero también me enseñó la forma eterna de amor al compartir 50 años al lado del hombre que siempre la hizo feliz; entendí que no hay dulces caseros comparables a los que salen de sus manos, y con el tiempo, como a mi madre solo le debo el mismo respeto y devoción que ella me profesa.
Los años no pasan en vano. Las huellas del tiempo se notan en su piel y su actuar cotidiano, pero es una suerte tenerla, a pesar de los estragos del dios Cronos, saberla resabiosa, pero entera, con fuerzas para ocuparse y preocuparse por todos en la familia, siempre atenta de cada detalle.
No alcancé asiento y eso me dejó en mejores condiciones, cerquita de ellas, para contemplar la escena y pensar en la falta que hacen más planes para elevar la calidad de vida de los abuelos en un país donde la esperanza de vida supera los 78 años, y en el que se calcula que los adultos mayores sobrepasarán los tres millones y representarán más del 30% de la población.
Hoy, con 83 años, mi abuela sigue siendo el horcón de la familia. Tiene la voluntad y el espíritu que nadie imagina, y aunque en nosotros nunca ha funcionado eso de que poseen alianza natural con los nietos porque existe «un enemigo común», sí es real que el cariño es único, insustituible, y siempre está en el olor transparente de la ropa lavada, en el aroma de los frijoles recién cocidos, y en el sosiego de un abrazo certero, oportuno.
/mga/
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