Las Tunas.- Hace un año, por estos días, Matanzas lloraba, Cuba lloraba… hasta las piedras lloraban de impotencia y tristeza, de miedos y angustias, de nostalgias por los que no pudieron salir del infierno real, devorados por las llamas que intentaron extinguir, precisamente para salvar otras vidas.
El paso del tiempo devolvió el azul del cielo y el silencio de un paraje que nunca más se volverá a catalogar de hermoso. La hierba creció otra vez. Nacieron flores y hay lagartijas y mariposas. Pero a la Patria le faltan 17 hijos, de los más valientes, de los que estuvieron en la primera línea del combate.
Quiso la casualidad o los designios divinos que el rayo impactara en uno de los enormes recipientes de la Base de Supertanqueros y después… ya lo sabemos. El fuego creció paulatinamente y se hizo incontrolable, destruyendo consigo lo que encontraba a su paso; incluso vidas, familias y sueños.
Fueron muchos días de agonía y desesperación, del constante vuelo de los helicópteros- derramando lo que parecían sorbitos de agua ante la inmensidad de la candela- y días en los que nos unimos en rezos y plegarias, en un dolor compartido y lacerante.
Tras esas tristes jornadas, y con el acompañamiento de naciones amigas, se extinguieron las llamas. Entonces, con una profesionalidad digna de admirar, comenzó la más dolorosa de las tareas, encontrar pequeños restos de quienes fueron grandes hombres.
Se hizo, con sumo respeto y cuidado. Y con respeto y admiración se les despidió, junto al pueblo, que era un mar de lágrimas. Ese día se escuchó el llanto de los familiares y amigos, y de los desconocidos, que desde la distancia seguimos cada noticia.
En ese momento Cuba los honró. Y los honra. Y aunque no están físicamente, les agradece que saltaron a la inmortalidad cumpliendo su deber. Ya transcurrió un año de aquellas jornadas imborrables en los recuerdos del país. Desde muchos hogares una luz se enciende hoy para ellos porque el dolor amaina, pero nunca cesará del todo.
/mga/
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