En el Museo Memorial 26 de Julio en Las Tunas, cada objeto tiene su historia. Una foto de un joven delgado y sonriente guitarra en ristre, un traje de charro, una postal enviada a una madre, unas medias, un uniforme de pelotero, un porta-agujas y un dedal… Cada pieza ‟cuenta algo ”, y si se mira o se escucha con atención se descubren trascendencias que desde el pasado llegan al presente.
Yaneysy Rodríguez Rodríguez, licenciada en informática y quien trabaja como museóloga, es muy joven y curiosa de los detalles, así que con fluidez ordena las piezas de este rompecabezas que es la historia de cómo se vertebró en Las Tunas el Movimiento 26 de julio.
‟En este lugar en el año 1955 funcionaba un depósito de Ron Pinilla, bajo ese sello el sitio serviría de centro de reuniones conspirativas pues en un pequeño almacén adjunto se producían los encuentros.
Entonces era difícil imaginar que casi frente al cuartel de la Guardia Rural acontecían las reuniones del movimiento clandestino local.
“Hasta este sitio llegó Frank País García a finales de ese año, en compañía de otros miembros de la dirección del Movimiento 26 de Julio en la provincia de Oriente. Aquí se reúne con el llamado Grupo de los 18 y dejan constituido oficialmente el Movimiento 26 de Julio en la séptima zona de Victoria de Las Tunas”.
Para Yaneysy Rodríguez, como para Liennis Álvarez Rivero y Eydis González Ramírez -compañeras de labores-, cada una de las 295 piezas del lugar simboliza una historia familiar, de vida, de un amor, de una amistad, de un suceso, una huella que lía los tiempos de la lucha en secreto en las ciudades, con la actualidad y el porvenir.
Así, me muestra el cubrecama y un vaso utilizado por David -nombre utilizado por Frank en la clandestinidad- durante sus estancias en Victoria de Las Tunas, donde se dice también visitó la Iglesia Bautista local en correspondencia con la doctrina religiosa que profesaba el líder revolucionario. Precisa la joven que a Frank le gustaba ese vaso en particular por el color que tenía, al semejar el verde olivo del uniforme de los integrantes del Movimiento.
En una de las vitrinas, se expone la llave seccionada que sirviera como contraseña para enviar hasta Las Tunas un rifle de mirilla telescópica en apoyo a las acciones de respaldo al alzamiento del 30 de Noviembre en Santiago de Cuba.
Mientras observo los objetos pienso en las edades de aquellos muchachos tan jovencitos, tan cercanos a otras generaciones de cubanos y, a veces, tan distantes para los jóvenes de hoy. Pero la imagen sonriente de Eulogio Eloy Fernández Vieito con su guitarra me devuelve a las esencias y trascendencias; bien podría ser la estampa
de un muchacho de estos tiempos, una de esas fotos tan comunes hoy en las redes sociales. ¿ Acaso la alegría no es común a la juventud? Hay cosas que siempre forman parte de uno, de otros, de todos.
De manera que no me sorprende la historia de aquel muchachito que a los 16 años vendió su bicicleta para comprar una guitarra y hacer realidad el sueño de cantar corridas mexicanas, las mismas que le llevaron a la Corte Suprema del Arte y con las cuales se hizo popular en la Columna 8 del Che, donde todos le llamaban el mexicano.
Desde una fotografía, el jovencito mira sonriente, mientras en otra imagen el mismo mozo, ahora en la medianía de los 50 -calculo yo- viste de uniforme militar, el sello de quien dedicó juventud y adultez a la obra de un país.
Hay en el Museo cierta apelación a la memoria: corbatas, brazaletes, gallardetes, distintivos, fotos, equipos de radio, un mimeógrafo utilizado para la propaganda revolucionaria, souvenires…; todo data de décadas atrás, como las postales que Antonio Leyva Kelling enviaba a su madre, desde el exilio en Estados Unidos donde los emigrados recaudaban fondos para la emancipación nacional.
Aquí muchas familias han depositado parte de su devenir- que es también el de Las Tunas y el de Cuba- y en un acto de renuncia, entrega y compromiso han donado fotos, textiles, utensilios o cualquier objeto que ilustre los silenciosos esfuerzos de aquellos jóvenes que vertebraron el Movimiento 26 de Julio en este territorio.
Muchas son fotos de familia, recuerdos atesorados por décadas y cuidados con esmero, el mismo que el pequeño pero sólido colectivo del Memorial imprime a su conservación o una respuesta ante la interrogante de quien más de una vez pasó ante la historia sin antes detenerse a indagar por ésta.
En el Museo Memorial 26 de Julio en Las Tunas, cada objeto tiene su historia y yo me pregunto ¿quién que es, no es? ¿Quién no jugó, alguna vez, a la pelota? ¿Quién no amó y dijo adiós ante el irrenunciable deber? ¿Quién no se vistió de aquello que soñó ser, cantó, escribió sus verdades y donde puso las palabras puso los hechos?
Dime tú. Cuéntame. (ACN)
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