Por Dayana García Roldán
La muerte en cualquiera de sus presentaciones, siempre se parece a lo mismo: desconsuelo, luto y resignación. Con semejantes consecuencias cualquiera que sucumba ante ella está justificado. Sin embargo, hubo quien la miró fijamente y prefirió guardar silencio. El 26 de julio de 1953, Haydée Santamaría Cuadrado supo cómo viste la muerte, a qué sabe y cuánto dolor deja a su paso.
Desde temprana edad a Yeyé, como le decían de cariño, la conmovieron los problemas existentes en Cuba. La decisión de convertirse en rostro de la clandestinidad resultó necesaria para ella, y se volvió los brazos que arroparon desde un comienzo, a la Generación del Centenario.
En la fecha de las acciones armadas, Yeyé amaneció con una convicción, un hermano y un novio. Esas tres fortalezas la acompañaron en su misión de ocupar el Hospital Civil Saturnino Lora. Allí atendió heridos y, como el destino a veces hace sus bromas, por sus manos nobles pasó hasta un integrante del ejército enemigo.
Tras concluir el asalto, fue detenida y trasladada hacia el Cuartel Moncada. Justo en ese lugar sería testigo de la tortura impuesta a los sobrevivientes, incluso su propia sangre Abel Santamaría y su amor, Boris Luis Santa Coloma, contaban entre las víctimas.
La crueldad salió en búsqueda de una confesión. Lo inhumano intentó arrebatarle el honor a una rebelde. Ninguna artimaña utilizada por los esbirros funcionó, ni siquiera el acto de mostrarle un ojo conocido; de los labios de Haydée no salió información alguna. Aquella era una mujer y por las venas le corría el acero.
Para cuando las horas ya se apresuraban a alcanzar el siguiente día, a la heroína aún le acompañaban el honor y la certeza de conservar la lealtad ante los deseos de sus seres queridos. Pero todos sabían que Yeyé había dejado su corazón en el “Moncada” .
Solo alguien grande de espíritu como ella, luego de cumplir condena, podría continuar la labor de quienes ya no vería jamás; pero le apoyaban desde algún lado. Casi recién salida de la cárcel contribuyó con la impresión y divulgación del manifiesto “A una Cuba que sufre”, el cual recogía la postura de sus compañeros de continuar la lucha contra la tiranía. A Haydée le arrancaron una parte de la vida y con la otra parte que le quedó, puso en alto la valía de todas las cubanas.
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