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Víctor Jara en el corazón del pueblo

Medio siglo ha pasado desde el Golpe de Estado de las Fuerzas Armadas chilenas, encabezado por el General Augusto Pinochet contra el presidente Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, y ni los chilenos ni los hombres de buena voluntad de todo el mundo han olvidado los tristes días que siguieron a la asonada, sobre todo porque significó la muerte de miles de personas, comprometidas o no con el gobierno de Allende, en algunos casos hombres y mujeres apresados por una falsa delación, otras por ser revolucionarios, progresistas, por luchar por la verdad y la justicia, y también por razones infundadas.

A Víctor Jara, cantante, compositor, actor y director de teatro el golpe lo sorprende en la Universidad Técnica del Estado, y es detenido junto a profesores y alumnos. Durante los cuatro días que permaneció prisionero en el Estadio Chile fue torturado cruelmente. Pero, no era suficiente para sus verdugos: había que callar la voz que tantas veces se alzó rebelde en aquel mismo sitio para cantarle al pueblo, contra la opresión, por la igualdad de los hombres y un mundo mejor.

Por eso quisieron destruir todos sus discos y las manos del cantautor chileno fueron machacadas por los soldados de la dictadura, prueba del peligro que representaban su guitarra y su canto para quienes sumieron al pueblo en el dolor y la muerte.

Casi medio siglo después del vil asesinato, la Corte Suprema de Chile condenó a siete militares en retiro por los delitos de secuestro calificado, torturas y asesinato del reconocido cantautor Víctor Jara, así como de Litré Quiroga, antiguo director de prisiones.

¿Quién era Víctor Jara?

De origen muy humilde, Jara tuvo que imponerse desde que era apenas un niño a la precariedad económica y su vida transcurrió sencilla: primero, junto a sus padres; al lado de los campesinos y obreros mientras maduraba y se convertía en el Cantor del pueblo, como lo llamaron en su adultez, por aquella necesidad de entonar las canciones que aprendió de su madre, Amanda Martínez, cantora popular, de quien heredó el talento artístico y la atracción por los temas folklóricos.

En Santiago de Chile, adonde se traslada su familia, comienza a socializar con los obreros e inicia, casi sin saberlo, su carrera artística; allí aprendió a tocar la guitarra, su compañera inseparable en las buenas y las malas. Tenía 24 años cuando ingresó en la Facultad de Teatro de la Universidad de Chile.

A pesar de sentirse realizado en las artes dramáticas y cosechar algunos éxitos como director de teatro, su marcada predilección por el canto se impuso y no solo interpretaba canciones folklóricas, también componía, y sus textos evocaban la vida de los campesinos, el trabajo cotidiano, la miseria, el hambre… «Cuando voy al trabajo», «El cigarrito», «El pimiento», «El arado» son algunos de los temas que interpretaba ante un público ávido de verse reflejado en sus melodías.

Pronto sus canciones se convirtieron en gritos de protesta, en reclamo de justicia, en clamor de paz para su pueblo y el mundo. En 1969, Víctor publicó el disco “Pongo en tus manos abiertas”, en el que aparece su canción más famosa, “Te recuerdo Amanda”. Con la canción “Plegaria a un labrador” ganó el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, y viajó a Helsinki para participar en un acto mundial contra la Guerra de Vietnam.

Al asumir Salvador Allende como Presidente de la República de Chile, Jara fue nombrado Embajador Cultural y comenzó para él una etapa nueva, de entrega al trabajo y a la causa del pueblo. Con la discográfica Dicap editó el disco “El derecho de vivir en paz”, que le valió el premio Laurel de Oro a la mejor composición del año.

Del contacto directo con obreros y campesinos a través de todo el país surgían los temas concebidos por aquellos días; en ellos reflejaba la vida del pueblo y los cambios que con el nuevo gobierno se producían. También participó en eventos internacionales y su voz fue aplaudida en los escenarios más diversos porque su mensaje clamaba por la justicia y el amor.

A esas alturas la derecha chilena reaccionaba cada vez más ante el gobierno democrático de Allende y se producían agresiones para desestabilizar al país. El propio Víctor fue víctima de muchas provocaciones y amenazas; sin embargo, la reacción del cantautor comprometido no se hizo esperar y apareció “Manifiesto” que se convirtió en su canción-testamento:

Yo no canto por cantar

ni por tener buen amor

canto porque la guitarra

tiene sentido y razón

tiene corazón de tierra

y alas de palomita…

Pero, Víctor no fue solo el cantautor comprometido, militante de la causa popular: también fue un esposo y padre amante de su familia. A su esposa, la bailarina inglesa Joan Turner, la conoció durante una presentación teatral, cuando ambos eran muy jóvenes.

“Envuélvete en mi cariño, deja la vida volar…” le cantaba Víctor a Joan en los primeros tiempos de la hermosa relación que mantuvieron hasta que el odio de los fascistas chilenos asesinó al cantor del pueblo. Tuvieron dos hijas: Manuela, del primer matrimonio de Joan, y Amanda. Tras la muerte del compañero entrañable, Joan tuvo que efectuar el reconocimiento del cuerpo y después del entierro partió al exilio junto a sus dos hijas.

Su muerte

Según numerosos testimonios, a Jara lo torturaron durante horas, le golpearon las manos hasta rompérselas con la culata de un revólver y finalmente lo acribillaron el 16 de septiembre. Su cadáver fue hallado el día 19 del mismo mes; tenía 44 balazos en todo el cuerpo y el rostro desfigurado.

Pero, antes había escrito un último poema, testimonio del horror que presenció y sufrió en carne propia en aquel tenebroso lugar, “Somos cinco mil”, también conocido como “Estadio Chile”.

Cuentan los sobrevivientes de aquellos días que el poema, escrito en un papelito, circuló entre los prisioneros y al final fue descubierto y destruido por los torturadores. Querían apagar su voz, borrar el recuerdo; pero, la memoria de los que lo leyeron consiguió rehacerlo y sacarlo del país para convertirlo en un símbolo de denuncia de las atrocidades de los golpistas.

El visitante que llega por estos días al Estadio Nacional encuentra al lado de una de las puertas, la misma en la que arrojaron el cadáver del cantautor, una placa con su último poema:

Somos cinco mil

en esta pequeña parte de la ciudad.

Somos cinco mil

¿Cuántos seremos en total

en las ciudades y en todo el país?

(…)

Espanto como el que vivo

como el que muero, espanto.

De verme entre tanto y tantos

momentos del infinito

en que el silencio y el grito

son las metas de este canto.

/mga/

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