Por Dayana García Roldán
Las Tunas.- Pocos hombres en el mundo hacen historia durante su vida y casi nadie lo logra desde la tumba. José Martí no fue un hombre de este mundo; él hizo historia vivo, muerto y renacido. Es cierto que el Maestro jamás resucitó; tampoco fue parte de un evento paranormal, simplemente fluyó mediante sus discípulos.
No resulta un hecho casual que fueran jóvenes quienes ejecutaron una de las mayores hazañas de la historia de Cuba; Martí ya les había hablado y ellos actuaron. Aquellos cubanos llevaban la fibra que se retuerce ante la injusticia y la opresión.
En circunstancias en las que las contradicciones políticas y la corrupción consumían a la Patria, mendigar la libertad quedaba fuera de los ideales de los revolucionarios. Por eso, la Generación del Centenario, más que con armas, se artilló de valentía y coraje para convertirse en gestores de un nuevo destino.
Liderados por un estratega militar de nacimiento, Fidel Castro, aquel grupo organizó acciones armadas para derrocar la tiranía, liberar al pueblo y separar a la Mayor de las Antillas de cualquier peligro procedente de Estados Unidos y sus mecanismos de dominación.
Vísperas al 26 de Julio, se expuso el Manifiesto del Mocada, redactado por el poeta Raúl Gómez García y claro heredero del de «Montecristi», aunque reflejo de otros tiempos. El documento contenía el programa inmediato de la Revolución, incluía además los objetivos que perseguía y los principios de sus combatientes.
Posterior a la lectura quedaron en evidencia las doctrinas martianas a través de Fidel, quien expresó: «Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras (…) el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí». El líder histórico y sus compañeros estaban bautizados por él. La sangre de los rebeldes dejaría escrita en la cara del enemigo, la firma del Apóstol.
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