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Los ojos de Chávez, siempre

El día que visité la tumba del Comandante Eterno Hugo Chávez Frías, la emoción y el llanto me invadieron. Eran lágrimas raudas, pero que no lograban empañar mis ojos que se llenaban de la grandeza del panteón donde está uno de los hombres más grandes de Latinoamérica.

Era julio de 2016 y hacía apenas tres años que el Líder de la Revolución Bolivariana había librado su último combate en vida. Y a pesar de la época, el clima fresco batía contra el Cuartel de la Montaña, emblemático, simbólico, cual guardián de la ciudad desde la altura, allá en el sector Monte Piedad en la parroquia 23 de Enero, del Municipio Libertador, en el Distrito Capital de Caracas.

Los ojos de Chávez, siempre
Equipo de cubanos en que trabajaba en TeleSur, en el Cuartel de la Montaña. De izquierda a derecha: El autor, Angelito, Chicho y Liliam.

Pero no solo la emoción me embargaba a mí, también a Liliam Lee, Jorge Domínguez Morado (Chicho) y Angelito Bermúdez, mis compañeros de batería, que trabajábamos en Telesur, como parte del colectivo periodístico empeñado en llevar al mundo la verdad de los pueblos de América Latina desde el mismo sur, que es nuestro norte.

Los ojos de Chávez, siempre
El Cuartel de la Montaña.

Desde que llegamos a Venezuela nos lamentábamos de no convivir con Chávez que, sin embargo, era presencia viva en cada parte de la ciudad capital y del país, aun cuando la oposición trataba de echar por tierra sus ideas, su obra, que ya era indetenible.

Los ojos de Chávez, siempre
Los ojos de Chávez.

Y no era solo el pensamiento de Chávez enraizado en su pueblo. En decenas de edificios públicos, en muros, en vallas, su figura y sobre todo sus ojos, inundaban la capital venezolana y mucho más allá, porque en las autopistas hacia otros estados, los ojos del Comandante eterno miraban desde las faldas de las abundantes montañas del país.

La gente de pueblo, la más humilde, llevaba el chavismo en las venas. Chávez era lo más grande; su ejemplo guiaba los caminos. Muchos de los que conocí de cerca fueron testigos de la muerte del Gigante que, no obstante, representaba la sobrevida. Y nos contaban cómo por aquellos días se estremecían los cimientos de la nación, cuyos habitantes, en millones, se elevaban en su pensamiento, como ahora mismo.

Y no había una razón que no esgrimieran de su Comandante en los momentos que ya se tornaban difíciles por la guerra de la oposición, orquestada desde los Estados Unidos. Porque su espada, la de Simón Bolívar, iluminaba e ilumina a Venezuela.

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Por eso Chávez sigue vivo este 5 de marzo. Ese día de 2013, cuando ya era pueblo, no murió como algunos pensaron. Por el contrario, subió a la eternidad desde donde, ahora, sigue iluminando a su pueblo, que es él mismo.

/nre/

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Miguel Díaz Nápoles
Miguel Díaz Nápoles
Periodista, fotorreportero, realizador de cine, radio y vídeo, profesor universitario. Master en Ciencias de la Comunicación, Universidad de La Habana. Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en Las Tunas. Conferencista sobre temas de Comunicación, Periodismo e Internet. Premio Nacional de Periodismo hipermedia 26 de Julio en 2006 y 2007. Ha sido galardonado en varias ocasiones con el Premio Provincial Ricardo Varela Rojas por la obra del año y de Periodismo Ubiquel Arévalo Morales y en otros certámenes del sector. Fue reportero del diario 26. Durante el 2001 le dio cobertura informativa a la labor de los médicos cubanos en Ghana, en el África Subsahariana y sobre sus experiencias escribió el libro Hacia el reino del silencio, publicado en 2008 por la Editorial Pablo de la Torriente Brau, de la Unión de Periodistas de Cuba. En 2000 creó Tiempo21, edición digital de los Servicios Informativos de Radio Victoria. Productor del largometraje Los Cuervos y el cortometraje Homoerectus, de producciones Acoytes-Uneac, Las Tunas. Durante 2016 y 2017 se desempeñó como editor de contenido de la Dirección General de Multimedia en Español, y de las Mesas de Redacción y Asignaciones del canal multiestatal TeleSur, en su sede central de Caracas, Venezuela.

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