Las Tunas.- Durante décadas, el sonido del metal chocando y el olor a aceite quemado parecieron pertenecer a un solo mundo: el de los hombres. Pero una generación de mujeres decidió que el acero no entiende de géneros, sino de precisión y voluntad.
Ser mujer en un taller en los años 60 y 70 no era solo aprender un oficio; era una declaración de principios.
Mujeres como Mirtha Pérez Bermúdez demuestran que se pueden romper los cánones. Ella comenzó alfabetizando en el campo, pero cuando llegó el momento de elegir un camino técnico, no buscó lo convencional.
«Nos ofertaban mecánica tornera, electricista, soldadura, y de ahí formaron el grupo de nosotros. Yo era clara en matemáticas, física y química por eso comencé la mecánica tornera, que fue la que me gustó», cuenta Mirtha.
La tornería es el arte de dar forma a lo rígido. Requiere manos firmes y una mente matemática. Para muchas mujeres de ese entonces , el desafío no fue solo aprender a usar el calibre o el micrómetro, sino ganarse un espacio en un colectivo de hombres.
«No tuve problemas, era un colectivo muy bueno, era la única mujer que estaba allí con ellos y llegué a ser la jefa del taller, la jefa de 34 hombres», agrega.
Pero la historia de las mujeres en estas labores suele tener obstáculos invisibles. Un accidente laboral, una limalla en su ojo, la alejó físicamente del torno por prescripción médica, pero Mirtha ya había demostrado que la capacidad de mando no dependían de estar frente a la máquina.
Historias como estas nos obligan a mirar hacia atrás con respeto. Mirtha Pérez representa a todas esas mujeres que no le temieron a la grasa en las manos, ni a la responsabilidad de guiar a decenas de hombres. Mujeres que entendieron que la verdadera matemática del éxito es la suma de la disciplina y el coraje.
«Hubiera querido poder haber desempeñado como tornera mucho más porque me gustaba mucho… pero los conocimientos que me dio esa carrera me dieron la posibilidad de desempeñar las otras cosas que hice», afirma Mirtha.
El torno pudo haberse detenido, pero la huella de esta mujer quedó grabada en cada pieza que talló y en cada comunidad que dirigió. Por ella y por todas las que abrieron brecha en el taller: gracias.
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