Cada 10 de diciembre, el mundo celebra el Día de los Derechos Humanos desde que, en 1948, la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó, en París, la Declaración Universal sobre esta materia. Sin embargo, aunque el texto sirvió de base para la aprobación de importantes instrumentos jurídicos internacionales, la humanidad sigue en deuda con los principios expresados entonces.
El planeta del siglo xxi enfrenta enormes desafíos que comprometen la propia vida en la Tierra. Ocurren genocidios con transmisión directa por los medios y las redes digitales, como el que ejecuta el Estado de Israel contra el pueblo palestino. Imperan la desigualdad y la pobreza a causa del injusto orden internacional marcado por la globalización neoliberal, resultan más visibles los efectos del cambio climático, se exacerban el odio, la xenofobia y la intolerancia contra las minorías; y se acude a la politización, selectividad y manipulación en el tratamiento de los derechos humanos.
De la misma manera, aparecen peligrosas tendencias neofascistas que intentan revivir la violencia y las prácticas más deleznables que ha soportado la especie humana. Las tecnologías y medios de comunicación continúan al servicio de intereses espurios que responden a la lógica del capital transnacional.
La paz sufre también constantes amenazas imperiales, como las que se ciernen hoy sobre la región del Caribe y, específicamente, contra la República Bolivariana de Venezuela, bajo el pretexto del combate al narcotráfico. Se llevan a cabo ejecuciones extrajudiciales, en total irrespeto al Derecho Internacional, mientras se intenta justificar la despiadada ola de persecución a los inmigrantes.
En ese complejo escenario, Cuba defiende la dignidad plena de los ciudadanos, y ratifica su perenne compromiso con la promoción y protección de todos los derechos humanos para todas las personas, con su carácter interdependiente e indivisible, como lo refrenda su marco jurídico e institucional, en constante perfeccionamiento.
Resulta válido recordar que luego de ser sometida a referéndum, la Carta Magna aprobada en 2019 contempla en su artículo 41 que «El Estado cubano reconoce y garantiza a la persona el goce y el ejercicio irrenunciable, imprescriptible, indivisible, universal e interdependiente de los derechos humanos, en correspondencia con los principios de progresividad, igualdad y no discriminación. Su respeto y garantía es de obligatorio cumplimiento para todos».
Sobre esos valores descansa la amplia ejecutoria que en esta materia puede mostrar la Isla, a pesar de la política genocida de bloqueo por el Gobierno de Estados Unidos, obstáculo principal para el desarrollo de nuestro pueblo, como apreciara recientemente, en su visita a Cuba, Alena Douhan, relatora especial del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Según Douhan, las medidas coercitivas de EE. UU. «limitan la capacidad del Estado para desarrollar políticas públicas, atentan contra los derechos a la alimentación, a una vida digna, obstaculizan los intercambios académicos, afectan el suministro energético, el suministro de agua potable, medicamentos y violan el derecho a la vida en general».
No obstante esta política de máxima presión de la administración Trump, hecho que constituye una violación flagrante de los derechos humanos de todo un pueblo, Cuba no renuncia a la construcción de una nación independiente, soberana, socialista, democrática, próspera y sostenible. Como fortalezas para alcanzarla están la probada capacidad de resistencia, la participación y la creatividad de millones de sus hijos que hoy aportan ideas al Programa de Gobierno, con el objetivo de salir de la compleja situación actual, sin abandonar el camino del socialismo. Este proceso de análisis y debate constituye un ejemplo de participación popular en la toma de decisiones sobre los asuntos fundamentales del país.
Como miembro fundador del Consejo de Derechos Humanos, la nación caribeña reafirma, además, su compromiso con la lucha por establecer un orden internacional más justo, democrático y equitativo que destruya las barreras que frenan el bienestar de las mayorías. Y bajo los principios de solidaridad e internacionalismo está dispuesta a compartir con otros países las experiencias de más de seis décadas en función del desarrollo humano, en áreas como la salud, la ciencia, la educación, la cultura y otras en las que ha sido universalmente reconocida.
En ese propósito, más allá del 10 de diciembre, el ideal de José Martí constituye inspiración diaria: «Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre», y también aquella máxima de Fidel en el fulgor de enero del 59: «La Revolución Cubana se puede sintetizar como una aspiración de justicia social dentro de la más plena libertad y el más absoluto respeto a los derechos humanos».
(Tomado del periódico Granma)
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