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Combatir la violencia estéril e innecesaria nos hace crecer

Las Tunas.-Para muchos hablar de violencia en la sociedad cubana actual ha sido un acto de negación de las conquistas alcanzadas a lo largo de estos 64 años de Revolución. Sin embargo, en los últimos tiempos, cada vez con más frecuencia, se aborda el tema en foros, tesis de maestrías y doctorados e investigaciones de los diversos especialistas que tienen que ver con este fenómeno.

Reconocer que existen manifestaciones de violencia en algunos sectores de la sociedad es el primer paso para encontrar la solución al problema. Ignorarlo es querer tapar el sol con un dedo.

Y es que la violencia es un fenómeno de la sociedad moderna, tiene sus raíces en el origen mismo de la humanidad y se manifiesta en todos los países del mundo, independientemente del sistema social imperante, aunque de este último dependen las formas en que aparece representado.

Existen múltiples definiciones de violencia y entre las más usadas se encuentran la intrafamiliar, doméstica y juvenil. Las causas de estos fenómenos varían del sistema capitalista al socialista, aunque sus efectos sean igualmente negativos para los individuos y la sociedad donde se encuentre sea cual fuere.

Cuba no está exenta de casos de violencia en los cuales son protagonistas personas de cualquier edad, sexo o procedencia social. No tienen una alta incidencia los crímenes pasionales en comparación con los que suceden en otros países, ni se conoce aquella que engendran los partidos políticos en la lucha por el poder, la miseria, el desempleo, la discriminación, la droga, la prostitución; no obstante, al revisar las investigaciones o textos especializados encontramos que en la isla prevalece la violencia psicológica sobre la física y que la intrafamiliar está asociada al nivel cultural promedio de algunos núcleos familiares y al número de integrantes de cada uno de ellos.

Punto y aparte merece la violencia de género, que recientemente ha motivado en nuestro país profundos debates a partir de la denuncia en las redes de femicidios ocurridos  por machismo, control y acoso desmedidos, celos, traición en la pareja y otras muchas razones injustificadas. Sin embargo, la brutalidad y el salvajismo no solo se encuentran en estos casos; en realidad, la el maltrato y la agresividad se apoderan de los ciudadanos en disímiles circunstancias.

Subamos si no a un ómnibus en horario pico, cuando necesitamos inexorablemente llegar al trabajo o regresar de él tras una larga y agotadora jornada; esperemos que nos toque el turno para consultarnos en un hospital, consultorio médico o en la clínica estomatológica; hagamos una cola en el mercado agropecuario, en la farmacia o en la tienda de víveres a inicios del mes… entonces veremos los ánimos caldearse y sabremos de qué se habla cuando se menciona la palabra violencia.

De hecho, son las carencias y dificultades que sufrimos hoy –falta de determinados alimentos o medicinas, de combustible para cocinar, los apagones y los altos precios en el mercado- las que propician un alto nivel de estrés en las personas y con ello un aumento de la rudeza y brusquedad, y hasta del egoísmo en un grupo considerable de individuos con quienes a diario lidiamos en las calles.

La violencia cotidiana está en todas partes y nos invade en cualquier espacio siempre que se lo permitamos. Muchos asocian la violencia con la agresión física, con el golpe dicho de otro modo; pero, es violencia lo mismo la que se produce en el hogar cuando el marido maltrata a su esposa o a los hijos, la del delincuente que roba o estafa, que la que sufrimos cada día en nuestro medio. Esta última se produce por la falta de respeto a las reglas, la indisciplina, la falta de solidaridad y humanismo.

Felizmente predominan en nuestra sociedad los gestos altruistas, las personas bienhechoras y con un mínimo de educación formal que nos ponen a salvo de caer en un campo de batalla aún sin proponérnoslo.

Con todo y eso hay mucho qué hacer para combatir la violencia en un centro laboral, por ejemplo, cuando saludamos al llegar y alguien nos gruñe solo porque llevó los problemas de la casa para el trabajo y “descarga” en otros su enojo; cuando el jefe da una orientación y el subordinado escandaliza antes de analizar la tarea que le están encomendando; cuando se le señala a un compañero un error y se pone a la defensiva sin razonar ni escuchar los argumentos de la crítica… sin dudas la lista sería larga si pretendiéramos enumerar todos los ejemplos que vemos cerca.

Es difícil que quienes así se comportan acepten que son agresivos, algunos confunden la parte positiva de la agresividad –aquella que resulta algo natural y sano, un instinto para sobrevivir, una fuerza interna que nos ayuda a salir adelante- con la parte negativa, la que se manifiesta por medio de la violencia. Otros creen de buena fe que si no hubo golpes y lesiones no hay agresión.

Para quienes así opinan es preciso recordar que la agresión tiene como objetivo dañar a otro individuo y ese daño puede ser físico o psicológico, basta que haya una intención consciente o inconsciente de afectar a alguien para que estemos en presencia de un ataque o acto violento.

En la sociedad moderna y específicamente en los centros de trabajo la violencia se reviste de diferentes formas: la agresión psicológica mediante palabras ofensivas e hirientes, los gritos, insultos, las amenazas, críticas destructivas, el rechazo o también algunos gestos, silencios o actitudes dañinas.

Cuando somos víctimas de un acto violento es recomendable mantener la calma, no dejarse provocar puede ser la mejor arma para enfrentar a los agresores. En situaciones de estrés o bajo presión las personas suelen perder el control y olvidan la cortesía, el respeto, la educación formal y cualquier otra condición mediadora para lanzarse a un enfrentamiento en el que sale a flote lo peor de cada uno de los participantes. Si en lugar de caer en la discusión invitamos al provocador a calmarse y conversar, evitaremos el mal rato.

No resulta fácil aguantar un insulto o una crítica que consideramos injusta o destructiva, pero no queda otra si queremos evitar los enfrentamientos inútiles que solo incentivan la ira y caldean el ambiente. Tampoco se trata de “poner la otra mejilla”, sino de acudir al sentido común y a la sangre fría para evitar que la situación se vaya de las manos.

La mayoría de las veces la discusión no lleva ningún lugar porque quien nos agrede no quiere ceder ni un poco en su posición, solo quiere pelea, por eso es preferible esperar al día siguiente para aclarar las cosas.

Los cubanos no acostumbramos a aceptar los agravios como buenos, ni los ataques como actos de buena voluntad; somos agresivos en el mejor sentido de la palabra y nuestro temperamento es propicio a la discusión y a los vocablos obscenos y escandalosos, pero también somos inteligentes, educados, solidarios y respetuosos. Estas son razones suficientes para no cejar en el empeño de continuar adelante nuestro proyecto de vida ajenos a la violencia estéril e innecesaria.

/lrc/

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