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 Los artilugios de mami vs la última pastilla

Las historias que surgen en escenarios donde la Covid-19 ha extendido su sombra son incontables. Una buena mayoría sobre enfermos que han librado difíciles batallas o especialistas de la salud, que le han arrancado a la muerte una vida; pero en estas historias los cuidadores o acompañantes también han jugado un rol decisivo, más en estos días en que una parte representativa de los casos positivos al SARS-CoV-2, los que muestran síntomas menos severos, se quedan en casa y afrontan desde allí la enfermedad. Padecer la Covid-19 me ayudó a valorar como nunca a estas personas.

UNA CASA, MIL REMEDIOS

Mis alergias respiratorias en los últimos días fueron la máscara perfecta para el virus que incubaba. Pude haberlo notado más rápido, pero las tupiciones y las secreciones nasales se habían presentado como síntomas de rinitis alérgica hacía varios meses, cuestión que empeoraba cada vez que llovía o cuando mi vecino decidía visitar al caballo y limpiarle la morada.

Las casas en mi barrio están muy cerca, al punto de que las conversaciones susurradas de sus moradores llegan casi de forma estrepitosa a la mía ¡Cómo no iba a llegar el virus!

Los cubanos hemos fortificado nuestros hogares con remedios de todo tipo, para hacerle frente a la escasez casi absoluta de medicamentos. Mi madre había juntado la miel y el ajo, juntos dice ella: “son un arma infalible contra las infecciones, la presión descompensada, la Covid-19”. Uno tiene que creer ¡Qué remedio!

De ahí que cada noche desde hacía meses mi padre arrancara buenos ramilletes de la “mata” de limón del vecino o trajera de sus salidas necesarias algún gajo con hojas de guayaba, para hacer té caliente. De vez en vez a la Virgen también le tocaba hacer lo suyo, le avisábamos al encender un pedazo de vela.

La preocupación llegó como la melodía de una canción repetida demasiadas veces, como si supiera todos sus acordes dentro de mí comenzaba a sonar escandalosamente; eso sucedió el día en que la tupición sobrepasó los límites para mí conocidos y mi desespero se hizo evidente al intentar respirar solo por la boca, sin saber cuándo tendría abiertas las fosas nasales otra vez, para aspirar todo el oxígeno posible.

Los artilugios de mami vs la última pastillaEnseguida puse a re-hervir unas hojas de eucalipto para hacer inhalaciones, pero ni el olor de estas ni el del extracto de vainilla al que recurrí para comprobar mi estado se expresaron en mi cerebro. Todo olía a lo mismo o, mejor dicho, nada olía. No había más pruebas que hacer, tenía Covid-19. Pero “take it easy, baby, que yo estoy vacunada con las tres dosis de Abdala y mis padres terminan el martes su ciclo. Hay que aguantar cinco días”, reflexionaba yo pero con una voz interna bien fea y fañosa que, ojalá, no la vuelva a escuchar.

CAFÉ, UN RECUERDO QUE SE BEBE CUANDO HAY COVID-19

El café de mami es una costumbre matutina, su olor marca el inicio del día. Pero cuando no hay olfato ni gusto solo queda el símbolo, como una señal de tránsito en la carretera, que sugiere, que emite mensajes sin sonidos, ni olores, ni sabores.

 Los artilugios de mami vs la última pastilla

Fue el toque en la puerta lo que me despertó. Mi mamá puso la tacita de café sobre la mesa sin entrar totalmente en el cuarto y me dijo: “niña, ¿quieres café?” y yo, a sabiendas de que no me sabría a nada, le dije “¡Claro!”.

Ella bromea con la posibilidad de que el café no sea más que agua de cualquier cosa desagradable que se le ocurra mezclar, sabe que con confianza me lo tomo sin investigar la procedencia y como no le siento el sabor, pues pa´ dentro que lo que no mata engorda. Lo miro y me pregunto: “¿será café o acuarela?, nah, mi mamá no llevaría su espíritu bromista a tal nivel”.

Realmente cuando se tiene Covid-19 uno se alimenta de recuerdos, porque las comidas sabrosas a la vista saben parecido a un pedazo de papel, pero el recurso es usar nuestra memoria para tragar y sentir la salsa como la del 31 de diciembre de hace dos años, o el sabor del pollo como el de aquella fiesta a la que fuimos con nuestra pareja. Es así como el cafecito de mami me supo a lo de siempre, a ella.

EL CUARTO DE BATALLAS

Quedarme en el cuarto para evitar que mi madre esté lo menos expuesta posible al virus ha sido un recurso necesario pero desequilibra la balanza. Ella tendrá que hacer un esfuerzo doble para mantenerse a salvo y para asegurar todo en casa.

Mi desayuno, almuerzo y comida están ahora a cargo de ella totalmente porque mi padre está cuidando de su madre en un hospital. En estos primeros días el virus me ha causado fuertes dolores de cabeza y en las articulaciones, pero nada que me venza.

Entre los tantos consejos que los amigos me dan por la vía virtual está el de tomar una aspirina diaria, pero la pastillita bendita se ha perdido y tomado el mismo camino de la azitromicina, como si una especie de Flautista de Hamellín se las hubiera llevado a todas para un lugar sin retorno.

En las redes sociales ya no se vende como antes, ahora se compra. Ya no son las chancletas, el maquillaje o el champú sin sal los más buscados, sino los medicamentos. He visto publicaciones de personas que recurren al cambio de un televisor por un tratamiento de rosefín, pero ni así aparecen a veces.

 Los artilugios de mami vs la última pastilla

De momento siento la voz alegre de mi mamá diciendo: “¡Niña, conseguí una aspirina! Ahora te voy a dar agua caliente con bicarbonato y limón para que te la tomes”. Una vecina le había donado una de sus pocas pastillas a mi mamá, una que quizás en días venideros la eche en falta. Se siente feliz, es tanta la emoción que la pierde por unos minutos, pero la sangre no llegó al río, apareció.

Ya en mis manos me detengo en ella, la miro como si fuera la única esperanza de vida, la salvación. Últimamente los cubanos miramos las cosas así, hasta el último plátano nos provoca catarsis internas, imagínese una pastilla. Decido guardarla, no la necesito tanto.

 

ESTABILIDAD EMOCIONAL: UN VOLCÁN POR ESTALLAR

En mi habitación la temperatura es infernal, las gotas de sudor me corren. Mami se conduele y quiere compartir la casa para que pueda estar en la sala donde hay más fresco y está la televisión, yo aguanto porque sé cuán importante es cumplir cabalmente este rol. Ella no detiene sus bombardeos de tés e infusiones calientes, como si la vida dependiera de ello, ciertamente es así.

 Los artilugios de mami vs la última pastillaLa temperatura ambiente más la de estos brebajes convierten mi cuarto en un desierto, la computadora es el oasis y mientras escribo escucho al vecino, al dueño del caballo, peleando consigo mismo y con el animal.

Llora como un niño. El alcohol ha provocado el estallido del volcán que tiene dentro, donde arden en la lava un hijo perdido, carencias materiales e infelicidades acumuladas. Duele verlo en ese estado y pienso,  cuán difícil es mantener la calma por estos días.

Estudios como el metanálisis realizado por un equipo de investigadores canadienses publicado en la revista científitca Psychiatry Research, han arrojado resultados sorprendentes de los trastornos que hoy sufren las personas en todo el mundo a raíz de la pandemia de Covid-19. Este en particular demostró que existe un 24 por ciento de prevalencia del insomnio, un 22 del estrés postraumático, un 16 de depresión y un 15 de ansiedad, en más de 190 mil personas en diferentes partes del orbe.

De la estabilidad emocional se habla mucho a través de los medios de comunicación, el sistema inmune se debilita cuando nos sometemos a situaciones de estrés y a nosotros la pandemia nos tocó la puerta en plena crisis económica, quisimos cortarle el paso, pero no fue posible. Por eso mi mamá cada vez que pasa por el cuarto sonríe y achica los ojos para que lo note. Me alivia más que una pastilla.

Los cubanos sabemos resistir a muchas cosas: a las carencias, a las separaciones, al olvido, pero no a la muerte. Nada nos ha convertido en seres resistentes a la muerte ajena, por eso cuando pasa cerca o cuando la vemos venir nos desmoronamos. Por eso mami no deja de sonreír cada vez que se acerca a mi puerta.

Nos sentimos ínfimos y atamos cabos sueltos, “si aquel tenía la edad de mi madre, si estaba vacunado…”, pero la cosa no va por ahí, porque como dice ella misma “si estamos vivos, hay que luchar”. Mientras escribo esto quiero tomar las riendas de este teclado y voltearlo hacia temas más felices, obligarlo a retroceder del pesimismo y justo eso voy a hacer ¡Sooooo!

EL VIRUS RETROCEDE EN MÍ

Poco a poco la fuerte ofensiva de mi madre ha atrincherado al virus y claro está, las tres dosis de Abdala hicieron muy bien su parte. La mezcla entre los conjuros de mami y la ciencia cubana son como un golpe de Julio César la Cruz al SARS-CoV-2.

Vuelvo al teléfono, y descubro en las noticias, otras historias menos felices que la mía. Entre los mensajes enviados y recibidos por mi mamá noto indicios alarmantes. Papi le pregunta por su estado y ella le responde: “aquí, con un poco de mareo y de tupición, pero no me dejo vencer”.

Y así, las historias de los cuidadores en muchas ocasiones se convierten en las de pacientes, se traspapelan las funciones y el virus pasa como papa caliente a sus manos. Es un asunto de familia esto de la Covid-19, por ella las luchas al interior de un hogar o de un hospital son napoleónicas. Por ello la gente lee, pregunta, se informa, inventa: todo para salvar.

Aunque en incontables ocasiones le pregunté a mi madre por su estado ella nunca confesó sus malestares. No puedo evitar el llanto, la estabilidad emocional está en cero y el volcán en erupción. Cierro la puerta y me repongo, porque justo como dice ella, “si estamos vivos hay que luchar”.

/nre/

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