Aunque al padre siempre se le asocia con la fuerza, las tareas más duras, el que busca la comida y otros juicios preconcebidos, la palabra Papá encierra mucha ternura. No en vano esa sílaba repetida es el primer sonido que articulan muchos de nuestros niños; incluso, antes de llamar a quien los trajo al mundo.
Y es que el amor a la figura paterna no entiende de quién hizo una cosa o quién hizo la otra; lo importante está en sus brazos fuertes que cargan y acarician; en su rostro que, con pelos o no, se aferra a la barriga infantil en un juego de cosquillas que siempre hace reír a las dos partes.
Papá casi siempre es el que quita el castigo de una mamá enojada, el que saca al niño a pasear, el que arma los primeros juguetes rústicos y el que se sobrepone al cansancio de su trabajo o sus años para salir al sol a tirar una pelota, a jugar a las bolas o a enseñar a tener equilibrio en una bicicleta.
A los padres se les ve nerviosos y preocupados en un cuerpo de guardia de hospital, atentos al reloj para llegar a tiempo a la escuela, peinando trenzas a sus niñas, haciéndoles un jugo, y hasta en los alrededores de las aulas cuando hay exámenes finales.
Con el paso de los años los papás se convierten en abuelos y se repiten las rutinas, quizás hasta con más dedicación pues ya no hay apuros cotidianos; más bien sobra el tiempo. Y vuelven los juegos de mesas, los arrullos, el dulce escondido para cuando lleguen los nietos; y se reinventa el amor.
Para ellos siempre seremos sus pequeños, aunque un día se iguale la estatura y luego, se nos hagan más chiquitos. Y la vida, implacable, nos cambiará los roles para que los hijos llevemos de la mano a nuestros padres, les demos los alimentos y nos pongamos nerviosos en un cuerpo de guardia de hospital.
¡Abrazos y besos! ¡Alegría por doquier! Aunque la Covid-19 imponga distancias físicas, celebremos hoy por el amor, por la vida y por papá.
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