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Solidaridad, el gusto de hacer el bien

Desde mediados de septiembre, llego antes a mi trabajo, al círculo a recoger a mi niña y a casa tras salir de éste. ¡Sí, como  lee!, a pesar de las  dificultades con el combustible y de las evidentes y palpables limitaciones con  el transporte, llego antes y se debe al sencillo y humanísimo gesto de aquellos choferes que se han detenido ante la mano extendida- la mía en ese caso- en el típico gesto de la botella.

Y su situación pudiera ser la mía, o no, porque tal vez- como también me ha sucedido- ha quedado usted con la mano extendida, una y otra vez, ente el paso inclemente de quienes tiene la dicha ¡oh dicha! de ir sobre cuatro ruedas y al volante.

¿Parar o no parar? ¿Acto de solidaridad u obligación para los choferes estatales? ¿Merecen o no el reconocimiento? Disquisiciones escuchadas, pensadas y sentidas, más de una vez; algunos dirán que es su obligación, que el carro no es propiedad privada, que lo paga Liborio, es decir el pueblo, que estamos en un Estado Socialista y así innumerables argumentos que confirman, sí, la obligatoriedad de parar.

Pero amén de tales reflexiones quien está al volante, tiene el poder de determinar si se detiene o no ante una parada o ante una mano extendida. Y ahí, en esa decisión, sí pesan otros resortes de índole moral y humana, pesa entonces la capacidad de ponerse en la piel ajena, de ser sensibles ante la necesidad del otro, de pensar que todos, invariablemente, en una u otra circunstancia de la vida, vamos a necesitar de la asistencia del prójimo.

Hablo de la solidaridad, de ese valor y recurso que de tan intangible se vuelve corpóreo cuando ante un ciclón en Guantánamo, un tornado en La Habana o un sismo en Haití, usted, yo o cualquier cubano reunió y donó de lo poco que tenía, incluso de sus saberes. O de esos otros gestos como dar un asiento en un ómnibus, ofrecer una vaso de agua, ayudar a cruzar a un anciano o un invidente, brindar una pastilla, en fin, auxiliar, extender la mano solidaria a quien la necesita.

A propósito de la apretada situación nacional con el transporte, un colega reflexionaba acerca del acto de detenerse en las paradas, tanto si se trata de un chofer estatal o de alguien en el carro personal cuya reparación y cuidado va solo por cuenta propia; decía entonces mi compañero de labores: ¡Es tan bueno poder ayudar a los demás, es uno tan feliz cuando lo hace!

Y sí, ayudar a los demás deja el dulce sabor de ser útiles que en el lenguaje martiano es mejor que ser príncipes.  En el primero y el último de los significados tales acciones nos hacen mejores personas. Y a propósito, José Martí, el más universal de los cubanos sentenciaba con meridiana sabiduría: «Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien».

La situación del transporte puede mejorar mañana, pero siempre habrá manos extendidas necesitadas de un minuto de su tiempo, de una parada solidaria; valga entonces la metáfora para infinidad de situaciones en la vida y valga la certeza de que ayudar a otros beneficia a todos.

/nre/

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