Jorge Smith no puede evitar que una lágrima se aventure detrás de los marcos de sus espejuelos. No trata de disimularla, porque «es muy duro que haya muerto Alicia», y no se apena por enseñar el sentimiento que ahora lo conmueve.
Habla de Alicia Alonso como quien habla de una madre, porque amiga entrañable lo fue, y gratis, como quien dice, porque la diva del ballet mundial era muy exquisita para escoger a sus amistades, y con esa misma exquisitez se hizo dueña de la amistad de Smith, que hoy llora su ausencia.
Estamos sentados en el bello y acogedor patio de su casa, en el mismo lugar donde se sentó una tarde cualquiera con la Prima Ballerina Assoluta del Ballet Nacional de Cuba, arrimado a ella, muy cerca, como hablándose al oído, conspirando y mostrando la química que surgió entre ellos desde el primer día que ella vino a Las Tunas y él la recibió como el director del Teatro Tunas.
Fue un hecho inédito porque Alicia no era dada a visitar a sus amistades, más bien había que visitarla a ella por sus ocupaciones constantes, más que por su edad. Pero Smith le simpatizaba y le aceptó la invitación de ir a su hogar, donde la Diosa se sintió como en casa.
Aquella tarde memorable fue de historias, anécdotas, risas, complicidad, de comer dulces, tamales en cazuela, y de regalarle aquella bella orquídea que dejó sin palabras a la Diva. Fue, en fin, un día que dejó una impronta en Alicia y Smith, pero más allá, en la historia de la cultura en Las Tunas.
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