Ha muerto Gaby me dice Yenima por teléfono poco después del amanecer. Yo no lo creo. Camino rumbo a la emisora y no lo creo. Ella insiste en que es verdad y lloro, no puedo evitarlo. El pecho me duele. Tiemblo. Llamo a Rosy, quien fue su compañera de toda su vida y llora desconsoladamente. No sabe cómo decírselo a Gabriel Manuel, el hijo de ambos que estudia Periodismo en Camagüey. No sabe ni qué pasó, solo sabe que es real, está muerto.
Confusión en mi mente. El recuerdo de ayer, el más reciente, cuando en espera de una reunión, él, Julio César Pérez Viera y yo nos reíamos y jodíamos. Estábamos contentos y hablábamos de mujeres, de lo viejos que ya estábamos. Pero yo no, dijo tajante. Solo tengo 47. Y Julio César: tú eres un chamaco –como Gaby siempre le decìa a los colegas y amigos-. Tienes la vida por delante. Y era verdad, aparentemente.
Ahora mismo, desde que amaneció, Grabiel Peña González no está. No estará más, pero solo físicamente. Solo está técnicamente muerto, nada más. Aunque con él se vayan tantos planes personales y profesionales y deje un vacío en el gremio, pero sobre todo en la familia, en su hijo, a quien lo unía además, una gran amistad.
Escribo estas líneas y lloro. No tengo de otra. Un amigo es un amigo y Gaby lo era. Es la vida, me dice alguien, y yo le digo: no, es la muerte, siempre tan ingrata, tan oportunista, tan despiadada.
Ya Gaby no estará más en la Redacción informativa de Radio Victoria desde antes del amanecer. Ya no podré llegar cada mañana y saludarlo y joderlo por algo. Ya no estará más para nadie, pero solo físicamente hablando, porque él está muerto técnicamente, nada más.
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