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Los ataúdes colgantes de Filipinas

Los ataúdes colgantes de FilipinasManila.- La muerte es uno de los fenómenos más diversamente interpretados y representados por el hombre, quien desde la cultura, la religión, sus creencias y tradiciones la concibe de modos muy particulares y le concede un significado especial.

Filipinas, país lleno de costumbres exóticas, alberga a la minoría étnica igorot, cuyo ritual fúnebre busca acercar a sus muertos a la luz eterna que, según su tradición, aguarda por ellos en «el más allá».

Asentados desde hace más de dos mil años en Sagada, en la cordillera central del archipiélago, los igorot se alejan de cualquier práctica común y en lugar de inhumar a sus muertos cuelgan los ataúdes en los acantilados de piedra caliza de Echo Valley para que lleguen fácilmente al cielo, donde aseguran viven sus deidades.


La tradición exige que el ataúd sea confeccionado a mano por la persona aún en vida, usando un fragmento de árbol perforado en el centro al que se añade una tapa de madera con dos estacas a cada extremo.

Al morir, su cuerpo se coloca dentro en posición fetal, con indumentaria de colores e insignias, para facilitar que sus antepasados lo reconozcan, según la fábula.

Luego transportan el sarcófago hasta el borde de un acantilado – en algunos casos prácticamente inaccesible- y lo sitúan poco a poco en el lugar que le corresponde en la pared de piedra, suspendido a varios metros del suelo.


Cuanto más alto sean colocados, más fácil llegarán al cielo, consideran los igorot, aunque expertos afirman que dicha práctica es una forma de destinar las tierras exclusivamente al cultivo y alejar los cuerpos de los animales carroñeros y posibles aludes.

Sin embargo, lo más llamativo es que en medio del dolor que causa la pérdida y todas las maniobras para trasladar el féretro, los familiares agradecen el contacto con los fluidos corporales del difunto para adquirir su sabiduría y buena suerte.

Ocasionalmente los ataúdes también son depositados en cuevas, pero siempre en zonas donde llegue la luz solar para «dar vida al alma».

También es común que se le coloque la silla donde se sentaba el fallecido para que lo acompañe en su viaje a la «otra vida».

Aunque se trata, sin duda, de una costumbre insólita, no es exclusiva de Filipinas. También se ha comprobado que grupos étnicos milenarios de Indonesia y China la practicaban.

Por ejemplo, la mayor cantidad de ataúdes colgantes fue encontrada en la provincia china de Guizhou hace casi 15 años. Allí más de mil cuelgan en un abismo, colocados en orden genealógico, con las generaciones más antiguas encima y las más recientes debajo.

Las tradiciones pueden ser tan diversas como infinita sea la imaginación humana. Unos tienen por costumbre quemar a sus muertos y lanzarlos al río; otros los momifican, los sepultan o introducen en el tronco de los árboles.

En algunas ceremonias se llora, en otras se ríe, unas son breves y otras pueden durar meses.
Algunos creen en la reencarnación, otros en el descanso eterno, en el purgatorio o en el paraíso, pero todas forman parte de la identidad de las más variadas culturas. (Ivette Hernández, PL)

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