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Día de los fieles difuntos, privilegio del recuerdo sobre el olvido

Con marcado carácter religioso y cierto matiz cultural, cada 2 de noviembre se recuerda en varias partes del mundo y, de manera muy especial, a los difuntos. Esta práctica tiene puntos coincidentes con el tradicional Día de los Muertos, en México; pero nada en común con la Fiesta de Halloween, que, a juzgar por las publicaciones en las redes sociales, parece que gana cada vez más seguidores en el mundo, y también en tierra cubana.

En la cultura hispánica, la celebración de los Fieles Difuntos no es muy difundida, ni goza de tanta popularidad; pero en determinados sectores sociales se defiende con el objetivo de recordar a quienes desaparecieron físicamente y se les agradece post mortem por los momentos compartidos.

Fue en el año 998 cuando, en el sur de Francia, un monje benedictino instauró la oración por los fallecidos en los monasterios. De allí se extendió a otras congregaciones hasta que la idea fue aceptada en varias regiones del planeta. La costumbre de asistir al cementerio a rezar devino entonces acto de un profundo sentimiento de religiosidad. De ahí que se tomó la iniciativa de adornar los sepulcros y conformar altares con flores.

Con menos intensidad, en Cuba, antiguamente en los camposantos de todo el archipiélago se encendían velas en las tumbas y se manifestaba gratitud y respeto a los seres queridos. En la actualidad, todavía algunos mantienen la costumbre de visitar en esta jornada los lugares donde descansan los restos de personas conocidas, gesto que puede resultar extraño y hasta desconocido para la mayoría. En tanto, la Iglesia Católica dedica misas para evocar la memoria de aquellos que nos precedieron en el camino de la vida y dieron un valioso testimonio de fe.

Por su parte, el origen del Día de Muertos en México es el resultado del sincretismo religioso. Se ubica en la armonía entre los rituales católicos traídos por los españoles y la visión indígena que implicaba el retorno transitorio de las ánimas para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares.

La Solemnidad de Todos los Santos que precede a la de los Fieles Difuntos, hoy se mezcla también, en distintos ámbitos de la cultura, con la “noche de Brujas”. Por esas cosas de las tradiciones y confusiones, ahora algunos tratan de hallar coincidencias con el no menos popular Halloween, que se concibe como una fiesta de disfraces, cuyos orígenes provienen de un antiguo festival celta de hace más de tres mil años, que se celebraba en Irlanda el último día de octubre cuando la temporada de cosechas tocaba a su fin.

Durante el festival se creía que las almas de los muertos volvían a visitar sus hogares. Se prendían hogueras en las colinas para ahuyentar a los espíritus malignos, y a veces usaban máscaras y otros disfraces en aras de evitar ser reconocidos por los fantasmas que se creían presentes.

Fue de esa manera que brujas, duendes, hadas y demonios se asociaron con un evento que llegó como tal a Estados Unidos y Canadá en 1840, a través de los inmigrantes irlandeses, y empezó a celebrarse de manera masiva en 1921, con el primer desfile en Minnesota. De esta manera, la mística de épocas anteriores evolucionó hacia juegos y diversiones, como el de recolectar golosinas con el típico truco o trueque, convirtiéndose en una de las principales fiestas del mundo anglosajón.

Con algunas coincidencias, pero con raíces muy diferentes, dedicar un día a los difuntos trascendió lo tradicional para convertirse en un merecido reconocimiento a familiares y amigos, a la gente buena que, de una manera u otra, dejó huellas en su paso por la vida y que se expresa en un suceso cultural en el que la muerte no representa una ausencia, sino una presencia viva. Un ritual que privilegia el recuerdo sobre el olvido.

El Papa Francisco en una de sus homilías de la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos recordó que “todos daremos un último paso, lo importante es que nos encuentre en camino. En el camino nosotros pasamos delante de muchos, de muchos hechos históricos, delante de muchas situaciones difíciles. Y también delante de los cementerios, y el consejo es: Tú que pasas, para el paso y piensa, de tus pasos, en el último paso”.

 

/lrc/

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