En la Casa de niños sin amparo familiar, cada muchacho y muchacha sabe que el amor tiene múltiples caminos, maneras a veces silenciosas y otras expresivas que suelen vindicar los azares por los cuales la vida les llevó hasta allí. Sonia Hernández Silva, también conoce de esos senderos tejidos por lazos no sanguíneos y con plena convicción afirma: «No los vamos a dejar solos porque somos su familia».
Dos mujeres, Miguelina Osorio Aguilera, gruera por años en la fábrica de Estructuras Metálicas, Metunas; y Elisabet Reyes, trabajadora de la biblioteca José Martí son exponentes de otras realidades. Dice Miguelina:«Las mujeres pueden desempeñar cualquier trabajo igual que un hombre. Yo misma piqué caña, puse ladrilos y repellé, hice de todo en una micro. Estoy orgullosa de mi trabajo». Por su parte, Elisabet Reyes afirma: «Soy discapacitada, a pesar de eso me desempeño muy bien y no me siento menos, con mi discapacidad puedo hacer todo lo que me proponga hacer».
¿Pero qué tienen en común estas historias?
Tal vez más de un aspecto pero me atrevo a señalar uno: justicia social. Sí, porque donde podía prevalecer la vulnerabilidad, predominó el deber de otros, el de la sociedad y del país, de acompañar, de ofrecer oportunidades, de tocar desde la sensibilidad humana cada historia; diversa en sus contextos, a veces más o menos compleja.
Y pudiera parecernos totalmente normal y común, pudiésemos pensar que detrás de estas historias no hay mayores significados, o mérito que resaltar; pero sí que lo hay. En primer lugar por sus protagonistas que han sabido sobreponerse a las circunstancias y en segundo el mérito que nos compete a todos como nación y proyecto socialista.
Por eso, los cubanos plasmamos en nuestra Constitución, justo en su primer artículo para que quedase claro y bien sentado que “Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, (…) organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciudadanos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”.
Claro que materializar tales palabras implica un esfuerzo enorme y en ese empeño andamos hace más de 60 años, con muchos logros en materia de acceso al trabajo, a la salud y la educación gratuitas, erradicación de la pobreza, equidad entre hombres y mujeres, el derecho a no ser discriminados por razones de género, lengua, cultura, origen, etnia, religión, discapacidad…Y claro que todavía no podemos sentirnos satisfechos, pesan mucho los siglos de desigualdad y si largo y difícil ha sido el camino transitado, imaginemos lo que aún nos queda por avanzar en un mundo cada vez más duro con aquellos en desventaja social.
Algunos siempre necesitarán ayuda y en medio de estrecheces, de la poca holgura económica, de las subjetividades que entorpecen el camino, debemos garantizarles ese respaldo que salva, “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Para que nadie sienta el peso de la soledad, para que no haya cubano que se sienta menos por ser mujer, negro, anciano, o cualquier otra condición. La justicia social ha de estar no solo en nuestros proyectos sino en nuestras realidades de hoy y del futuro, que brille «ese sol del mundo moral».
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