Las Tunas.- El intenso calor del verano y las múltiples ofertas recreativas para aquellos que disfrutan de unas bien merecidas vacaciones justifican el constante ir y venir por las calles, plazas, parques y centros turísticos de esta ciudad.
Ahora se incrementa el número de personas que buscan refrescar con una incursión a las unidades gastronómicas -algunas favorecidas por una rehabilitación reciente, otras de nueva creación- o van de compras a las tiendas sin un propósito definido, pues más que el hecho de adquirir un producto, las mueve el interés de deambular por una urbe renovada y siempre querida por su gente.
Se suman los visitantes que llegan hasta acá desde otras provincias a compartir con familiares o amigos, y los turistas extranjeros, cámara en mano, dispuestos a conocer Cuba.
Y en medio del gentío a veces se encuentra la nota discordante: alguien que grita de una acera a la otra; un grupo de jóvenes que confunde alegría con indisciplina social; la música extremadamente alta en casa de un vecino con la consiguiente molestia para quienes necesitan dormir; los niños invadiendo las calles en los barrios como si fueran áreas deportivas, a despecho de los carros y las bicicletas que los pueden atropellar.
La lista sería interminable, pero situaciones como estas se repiten en la etapa estival bajo el pretexto de que «somos felices porque estamos de vacaciones».
Sabido es que el cubano es ruidoso por naturaleza, lo cual no implica que sea irrespetuoso ni maleducado, y la etapa estival, como cualquier estación del año debe caracterizarse por las buenas maneras en la comunicación entre los individuos y el entretenimiento sano, teniendo en cuenta que así cuidamos nuestra presencia, el entorno físico y a los demás.
Para nada es útil ni divertido ingerir bebidas alcohólicas sin medida si al final le hará daño al vacacionista poniendo punto final a lo que pudo ser un lindo día, sin contar que en ocasiones el encargado del timón también se da su trago porque «uno solo no le hará daño».
Sin embargo, en aras de aprovechar el asueto se cometen actos de indisciplina que no ocurrirían en otro momento pues se trata de personas serias, formales, bien les valdría pensar mejor en las consecuencias de sus actos, y no propiciar penosos accidentes de tránsito, discusiones que terminan en peleas, malos ratos y quizás hasta un bochornoso encuentro con las autoridades policiales.
En los centros turísticos se impone el cuidado de la instalación, por ello no se puede permitir a los pequeños de la familia que corran a su libre albedrío y pongan en peligro los muebles y adornos de la instalación.
Cuando del mar se trata, cuidar la vida de los bañistas es una obligación, por eso debemos cumplir con las señalizaciones y orientaciones de los salvavidas y no nadar donde está prohibido, tampoco descuidar a los infantes, porque ellos se confían y desconocen el peligro, así se evitan los ahogamientos tan comunes en esta etapa.
Nuestras playas merecen la atención de todos, evitar entonces que las botellas de plástico o vidrio y los bolsitos de nailon vayan a parar al mar es un deber que los adultos deben cumplir siempre, a la vez que le enseñan a los menores a proteger el medio ambiente mientras disfrutan de las bondades de esos sitios, únicos en el mundo por su belleza natural.
La disciplina social es importante en cualquier tiempo, pero en el periodo estival supone la garantía de poder descansar, relajarse, tal y como se ha programado la familia, sin restricciones y en completa comunión con la naturaleza o total afinidad con nuestros semejantes.
Como diría el reconocido psicólogo cubano Manuel Calviño: ¡vale la pena!
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