Aún conservo las fotos de mis 15 años, aunque para ser sincera nunca me detengo a mirarlas. Sé que están en un librero, guardadas, digo yo que para enseñarlas a mis hijos cuando los tenga. Ya han transcurrido casi 10 años de aquel momento especial, pero me atrevería a asegurar que mucho antes de cumplirse mi décimo sexto aniversario, ya nadie preguntaba por las instantáneas, ni siquiera yo, y no porque carecieran de calidad, sino porque el tiempo, la rutina, el decursar de la vida, se encarga de hacernos eliminar prioridades e incorporar otras según nuestro contexto.
Sin ánimo de desmotivar a las adolescentes que esperan con ansias su momento para modelar ante las cámaras, lo que quiero decir es que a veces le damos demasiada importancia a este momento, al punto de que algunas familias «abren cuentas desde bien temprano para que sus tesoros tengan un evento como Dios manda, o mejor, como la sociedad dicta: sesión de fotos, video clip espectacular, fiesta en el mejor local de la ciudad con de todo y para todos, vals incluido a la vieja usanza».
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En estos tiempos son habituales las reuniones entre varias madres para discutir sobre el tema, y si son de las que todavía les faltan algunos años para celebrar el evento, se dicen en forma de broma «cuando nos toque a nosotras las fotos van a ser en la luna».
Por hiperbólica que parezca la expresión, no está muy lejos de la realidad. Mi mamá me cuenta de sus fotos en blanco y negro y que no tuvo fiesta, yo tuve fotos a color pero en pequeño formato. Hoy «la moda» son las revistas, mini-revistas, gigantografías de papel y vinilo, cuadros pintados a mano con diferentes técnicas o en álbumes tradicionales. En fin, el negocio crece y se perfecciona.
Un oficio con futuro y competencias
Jorge Miranda es el dueño de un estudio de fotos en la ciudad de Las Tunas que heredó de su padre. Pocos son los días que tiene para descansar, pues es alta la afluencia de personas que llegan a su local para hacer reservaciones y contratos con vista a cumpleaños, bodas y otras fechas conmemorativas.
Además de encabezar el negocio, es el fotógrafo, y cuenta que se apoya en la Internet para adquirir conocimientos y actualizarse en cuanto a las preferencias de los jóvenes modernos. «De ahí depende el futuro de este oficio», asegura.
De Cheto Studio” salen los más diversos soportes para hacer perdurar una etapa que no tiene vuelta atrás, y hasta allí llega todo tipo de clientes, los que tienen un nivel adquisitivo más bajo y solicitan la oferta más barata, hasta los que dejan con la boca abierta a los propios dueños por solicitar las más costosas propuestas.
Por supuesto, éste no es el único estudio en la provinciade Las Tunas pero según Jorge Miranda, la competencia la ganan a base de buen trato y flexibilidad a la hora de las reservaciones, además de la calidad del servicio, claro.
De las culturas precolombinas a la actualidad: el origen de la celebración
Cuenta la historia que la celebración de 15 años tiene varios orígenes. La más probable es la costumbre proveniente de las grandes culturas precolombinas: aztecas y mayas de México que realizaban los ritos de pubertad para indicar la entrada a la vida adulta y la aceptación de responsabilidades de las mujeres.
Los españoles, que eran católicos, incluyeron en la tradición indígena la inserción de la misa. En el siglo XIX, el emperador de México, Maximiliano y su esposa Carlota, introdujeron vals y los vestidos.
Actualmente, las fiestas de 15 años constituyen un gran evento religioso y social con el que se marca el paso de una muchacha joven a la adolescencia. En el día grande, la quinceañera luce un vestido muy elegante, generalmente de colores pasteles: rosa, azul claro, blanco, una corona y por primera vez se pone los zapatos de tacones que le regala el papá.
En Cuba la fiesta puede incluir una danza coreografiada de grupo, en la cual 14 parejas bailan el vals alrededor de la quinceañera, la cual es conducida por uno de los bailarines principales y un chico de su elección.
Esta costumbre entró en parte por vía de España, pero su mayor influencia era francesa. Las familias ricas, que se podían permitir alquilar comedores caros en clubs privados u hoteles de cuatro y cinco estrellas, fueron las auténticas precursoras de las quinceañeras, a las que llamaban Quinces. Esas celebraciones transcurrían normalmente en la casa de la chica o en la casa más espaciosa de algún pariente.
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