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Otra oportunidad a la equidad

Otra oportunidad a la equidadLas Tunas.- Ayer fue uno de esos días en los que la parada estaba peor que nunca y el personal se movía en olas cada vez que se estacionaba un ómnibus: de un lado hacia el otro, para adelante y para atrás, en busca de lograr un cupo en los autobuses, que además estaban escasos.

Cuando logré clasificar en mi habitual ruta 7 vi el cielo abierto porque ya iba retrasada a una reunión laboral a la que no debía llegar tarde; pero más feliz fui en el momento en que un muchacho –que se bajaba en la siguiente parada, claro- me dio el asiento.

La felicidad me duró poco porque cuando me disponía a sentarme, divisé a un padre con su hija en brazos arribando al ómnibus, y no me podía permitir que aquel hombre viajara de forma incómoda cuando él necesitaba más que yo el puesto.

Además, no debía ser desleal a todas las lecciones de educación formal que me enseñaron primero mis padres desde pequeña, y luego consolidó mi maestra.

Desde mitad del ómnibus se oyeron mis gritos al padre para que se acercara al puesto -a mí que me gusta pasar inadvertida entre tanto público-, y aquel hombre me provocó la vergüenza más grande de mi vida al negarse a mi invitación.

Posición anterior. Me volví a sentar, tranquila, porque necesitaba reprocesar aquella actitud, pero cuando lo escuché comentar con los otros que no se sentaba porque aunque trajera a su hija en brazos, él era un hombre y podía aguantar el viaje de pie, me indigné.

Mira que se ha hablado de la igualdad y la equidad entre el hombre y la mujer, y todavía hay personas –hombres sobre todo- que siguen abogando por la sociedad patriarcal, esa que supone que el género masculino tiene supremacía sobre el sexo opuesto.

Qué lástima que aquella persona no correspondiera a mi gesto. Al final, en su interior, estoy segura de que se lamentaba por haberlo hecho, mientras que su arrogante orgullo masculino le provocaba incomodidad a su propia hija, que con dos frenazos del autobús, se golpeó la cabecita con uno de los tubos del ómnibus.

¿Qué tiene de malo que una mujer le ceda el asiento un hombre que trae un niño en sus brazos? Eso es equidad, «disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece», «justicia social», y en ese momento él merecía sentarse más que yo.

Realidades como esas vemos a diario: que el esposo no está de acuerdo con que su mujer tenga mejor remuneración salarial, o que ella deba usar la ropa que le gusta a él. Otras las escuchamos: «los hombres no lloran ni toman sopa».

Lo peor de todo es que pocos enfrentan situaciones como esa públicamente, como el resto de los que iban en el ómnibus, y en lugar de convencer al padre para sentarse se aprovecharon del momento para enaltecer todas las virtudes masculinas e interpretaron mi propuesta como una ofensa.

Quizás otra persona en mi situación valoraría la posibilidad de no mostrarse educada si se repiten las circunstancias –y con razón-, pero yo no dudaría nunca en darle otra oportunidad a la equidad.

/mdn/

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