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Mariana Grajales Coello, cubana de valor excepcional

Mariana Grajales Coello sigue siendo, a pesar del tiempo, un símbolo imborrable: madre excepcional de dimensión universal por su consagración a la independencia de Cuba.

Aquella mujer de coraje sin límites nació el caluroso 12 de julio de 1815. Así consta en la partida bautismal que se halla en el folio 99, del libro nueve de la parroquia de Santo Tomás Apóstol, en Santiago de Cuba, según fuentes históricas.

Mulata, mezcla de sangre dominicana, tenía la sencillez y la ternura en el corazón, pero al mismo tiempo, un espíritu infatigable, recio, alimentado por la dignidad y el valor.

Con sus tres primeros hijos quedó viuda muy joven, y enfrentó los rigores de la vida y la soledad. Pero después, tendría una amplia prole, otros nueve vástagos con su segundo esposo, Marcos Maceo, con quien forjó una familia unida, una estirpe de hombres valientes que entregó por entero a la libertad de Cuba.

Contó su nuera María Cabrales, esposa de Antonio Maceo, que Mariana –poco después de iniciada la Guerra de 1868 contra la colonización española- que hizo jurar a sus hijos de rodillas y frente a un crucifijo de Cristo, libertar a la Patria o morir por ella.

Sus 10 varones se alistaron en el Ejército Libertador, al igual que su esposo; y tres de ellos, alcanzaron el grado de general, librando duras batallas en los campos cubanos, con altísima moral, que no declinó ante nada.

El patriotismo de Mariana emergió muchas veces: una de ellas, cuando al recibir Antonio su primera herida en el combate de Armonía (20 de mayo de 1869), le dijo a su hijo más pequeño, Marcos: «Empínate, que ya es hora de que pelees por tu patria como tus hermanos».

Fuerte tronco de familia y símbolo de la mujer mambisa, no estuvo solo en la retaguardia del hogar mambí, sino que marchó por los caminos de las tropas insurrectas. A pesar de su avanzada edad, curó a los heridos, sirvió de ánimo y consuelo a los guerreros, incitándolos a que, luego de restablecidos, regresaran al campo de batalla. También alentó la rebeldía de Antonio en su histórica Protesta de Baraguá en marzo de 1895.

Ya en el exilio y cargada de años, aquella mujer de baja estatura y un poco nerviosa –según se describe- siguió su quehacer infatigable por Cuba, creando clubes patrióticos junto a sus nueras e hijas.

En tierra extraña, afirmó el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, la sorprendió la muerte. En el cementerio de Saint Andrews, Kinstong, Jamaica, quedó enterrada, un año y unos meses antes de que los hijos que le quedaban vivos iniciaran en Cuba, nuevamente, la guerra (1895).

Hasta sus últimos días, Mariana Grajales Coello estuvo dando aliento a quienes luchaban por su Isla amada.

/mdn/

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