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Juventud y vejez. Dos procesos, un camino

Las Tunas.- Nuestros padres nos acompañan toda la vida. Cuando solo somos el inicio de un sueño nos sostienen en sus brazos, luego nos toman de la mano para que no perdamos el equilibrio.

Pasa el tiempo, aprendemos a caminar, no nos basta con eso y queremos volar, entonces los padres con mucho pesar recogen sus brazos y celosamente nos ven desenvolvernos con independencia. Sus miedos ante los errores o sufrimientos de los hijos nunca acaban, cada uno de los golpes es recibido también por ellos.

En resumen, los progenitores a pesar de los avatares, de la soltura de sus hijos en su entorno, de los agravios, de los problemas internos o externos, están ahí para sus pequeños.

Pero una especie de círculo injusto se genera cuando nuestros padres se vuelven ancianos. Nuestro ritmo de vida cambia, debemos reajustar nuestros horarios y rutinas. Se torna complicada la convivencia pero saben qué, todo depende del ángulo con que veamos las situaciones.

Tal cual nuestros “viejos” se prepararon para nuestra llegada, nosotros debemos de hacerlo para vivir su vejez como una fiesta. Hacer del proceso un viaje feliz. Brindarles nuestra mano para evitar que caigan, sostenerlos cuando ya no puedan andar, mantenerlos bien vestidos y aseados, conversar con ellos para que la interacción social no sea un problema, procurar sacarles una sonrisa como hacían ellos cuando no sabíamos que la felicidad existía.

La vejez no puede ser un problema como tampoco lo es la juventud. Existen facilidades para que los hijos continúen con su proyecto profesional y a la par cuiden a sus padres. Las casas de abuelos constituyen un espacio ideal para la socialización de este grupo etario. Allí reciben la atención médica apropiada, alimentación, gimnasia matutina y mantienen activo su intelecto.

En la provincia de Las Tunas existen nueve centros de este tipo, una cifra baja de acuerdo con el alto índice de envejecimiento en la provincia. “La capacidad que admite la institución es de 50, anteriormente cuando el precio era de 40 pesos no daba a basto, pero ahora que asciende a 180 pesos, quedan pendientes 10 plazas por ser ocupadas”, explica Yosleydis García Rondón, trabajadora social de la Casa de Abuelos «28 de septiembre».

“Es cierto que la asistencia social se hace cargo de una parte del pago pero si las chequeras son bajas resulta inaccesible para algunos. Otro factor que incide en la no incorporación de los abuelos a la casa es la falta de un transporte fijo. Muchos deben venir de repartos distantes, recordemos que esta es la única institución de este tipo en el municipio”.

Todos los abuelos con los que conversé parecían niños felices cuando le preguntaba por su estancia en su otra casa. Algunos no comprendían a sus hijos, ni a las rutinas laborales que los distanciaban. No pude dejar de reflexionar al ver sus rostros de incertidumbre. Y aunque desconozco las interioridades de cada familia, estoy segura de que tomar la decisión de insertar a un padre a estas casas, debe hacerse pensando primero en su bienestar y no en el nuestro.

El vínculo de los hijos con esta institución es fundamental para no perder ni un paso en el proceso complejo de la longevidad. Todo presente se ancla al pasado; antes ellos observaban nuestro desenvolvimiento en las clases y los juegos de roles, ahora nos toca a nosotros.

Ellos serán nuestros hijos y debemos retribuir toda la atención que un día nos brindaron, es la ley de la vida y debemos cumplirla a cabalidad.

/nre/

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