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¿Machismo erradicado? No, que va

Las dinámicas de la vida son una escuela. En cada espacio confluye  una diversidad de personas con suficientes historias como para llenar un libro, solo hay que tener buen ojo para encontrar en cada una de ellas, la moraleja.

Casi todos los cubanos para ir al trabajo montamos la guagua, bendita porque nos transporta pero agotadora por sus capacidades elásticas de crear espacio donde no lo hay. Este lugar es ideal para ponerse al día con la agenda pública, para la gimnasia y por qué no, para poner a practicar ese lado reflexivo que nos caracteriza.

Sube una mujer embarazada y los ocupantes de los primeros asientos se miran como si ocultaran un secreto. En realidad están sacando cuentas apresuradas de quién merece quedarse sentado y a quién le toca ceder su puesto. Hay tres mujeres y un señor anciano -debe pararse el señor- dice un hombre en la multitud. Las mujeres aceptan el trato que las beneficia y continúan sentadas.

¿Y en esta historia repetida todos ven la moraleja? Claro que los hombres son los que ceden sus asientos, no importa la edad ni los achaques, para eso son hombres. Ellos existen para mantener el orden siempre, para asegurar las cuestiones materiales de la casa, para invitar a las mujeres e incluso para enamorarlas. Así está escrita la historia en un libro obsoleto, que las mujeres abrimos cuando nos conviene y cerramos cuando no.

Pero quien crea que en este cuento solo sale perjudicado el hombre está muy equivocado. Todos estos inconvenientes de ser hombre tienen una ventaja cuando al llegar a la casa la comida, el fregado, el lavado, la limpieza de la casa, el planchado, el cuidado de los niños y todo lo que exijan las labores domésticas lo hace la mujer. Esas mismas mujeres que no pueden opinar cuando de cuestiones «masculinas» se trata, por supuesto las mujeres que vayan a lo suyo y entre tanto que vayan haciendo un cafecito para la visita.

En este comentario no pongo en duda la eficiencia de la repartición de tareas, eso es perfecto, pero asignar un rol como si de pantalones y vestidos se tratara, no está bien, llegará un momento en que el traje ya no servirá.

La sociedad cubana padece de extremos que desequilibran la balanza. Ni el machismo ni el hembrismo, resuelven ningún problema, al contrario, los agravan. Ser conscientes de que no somos iguales pero podemos desdoblarnos en muchas facetas nos hará mejores seres humanos.

La caballerosidad y la cortesía son términos aplicables tanto al género masculino como al femenino y aunque la gramática sea un tanto parcial en este sentido, la realidad va más allá de las explicaciones que el español pueda dar a fenómenos ya arcaicos.

El objetivo no es cambiar una práctica a nivel global, pero si desde nuestro entorno podemos crear un lugar sin tantos estereotipos ni clasificaciones arbitrarias, seguro lograremos ser más felices.

/mdn/

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