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Gema Carbonell, una joya de la lucha revolucionaria en Las Tunas

Con sus cerca de nueve décadas de vida, Gema Carbonell Rodríguez recuerda cada momento de colaboración con la lucha revolucionaria, en la provincia de Las Tunas, que cobró mayor fuerza luego del ataque a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

La casa en la cual vivió con su esposo Rolando Salgado y que se convirtió en la Comandancia de San Joaquín y posteriormente en museo, fue donde más aportó, luego que decidiera apoyar al Movimiento 26 de Julio, siguiendo las huellas de su tío Gustavo Carbonell.

«Con él empezamos porque era el coordinador general aquí escondido. Él iba a La Habana, traía ropa, zapatos, hamacas, todas esas cosas, y nosotros la repartíamos, se le mandaba a Fidel Castro para la Sierra Maestra.

«La batalla de Arroyo el muerto la libró Delio Gómez Ochoa, de ahí tuvimos a Arístides Aguilar, un señor de la capital al que le dieron un tiro y en mi casa fue donde se alojó, allí se curó y estuvo hasta que se recuperó».

¿Era toda una familia de combatientes?

«De mi hogar mi esposo y yo porque tenía a mi hija mayor con siete años, estaba aquí en la ciudad en una escuela porque allá no había. Me la llevé para la casa de mi hermana, quien tampoco sabía que yo estaba vinculada a la clandestinidad.

«Yo venía y conversaba con Dora Martínez, con mis compañeros de contienda, pero mi hermana no sabía ni tenía relación, se enteró después que esas personas que estaban en mi casa, eran rebeldes de la Sierra Maestra.

«Siempre trabajamos y ayudamos para sacar la Patria a otro estado de vida y para cambiar el tiempo aquel de Fulgencio Batista que fue tan horrible. Yo era quien atendía a los heridos y los alimentaba.

«Había dos viejitas que colaboraban en la cocina porque eran como tres campamentos, en la casa estaban los principales: los comandantes, los capitanes, y yo tenía que dirigir todo.

«El primer subcomisionado de barrio fue mi esposo allá en San Joaquín. Allí tenían que ir los dueños de centrales, los terratenientes de fincas a llevar dinero por la recogida que se hacía para mandarle a Fidel dinero y auxilio.

«Había una planta de radio con la que se comunicaban con Radio Rebelde, que era Violeta Casal la que trabajaba en ella. Yo pienso en eso y me parece que es mentira».

Se recuesta en el balance y la iluminación a contraluz de su sala adivina el halo de los pensamientos acumulados en su garganta. Esos que salen a veces sin prestar atención al orden cronológico pero que expresan sinceramente la convicción del momento.

Y la luz vuelve a posarse, orgullosa del efecto de sus danzas en el cabello blanco y corto, como duende que también siente el sabor de la sangre joven y la pasión concentrada del recuerdo sobre aquellos que bien supieron hilvanar la historia.

Ahora cuenta, entre digresiones que hablan con familiaridad de Piti Fajardo y aquel otro comandante que tampoco pensó renunciar a su uniforme verde olivo; o de la imponente presencia de la dupla de Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, expertos en el ajedrez de la guerrilla por entre los laberintos de las lomas.

El paso por el territorio de las fuerzas a su mando, que llevaban la invasión a Occidente, es otro de los momentos frescos en la memoria de Gema.

«Un grupo que estaba en mi casa se fue a esperarlos en el jardín, llegaron acá a las cuatro de la mañana. Había un tiempo de agua y yo vine acá a la ciudad al otro día, sola, por un lugar casi intransitable, a buscar la medicina para un herido que llevaba el Che.

«La eché en una ollita, no le puse ni papel ni nada, en una ferretería que se llamaba La Aurora frente a la clínica dental, eran unas inyecciones de morfina y otras cosas. Decidí que no las iba a envolver porque llamarían más la atención, me la puse en las piernas cuando cogí la guagua hasta Vista Alegre donde había dejado el caballo».

¿Qué emoción sintió cuando triunfó la Revolución?

«Ay mi hija, ya tú sabes. Allá llevó Beto Álvarez cuarenta y tantos de policías que entregaron de aquí y de Puerto Padre. Todo el mundo se fue y a mí me dejaron en la casa con Armando Couso y Pucho Alonso cuidando a los policías hasta que los fueron a recoger al otro día».

¿Cuáles fueron las primeras tareas en esos días de 1959?

«Teníamos un tipo de farmacias que le decían botiquines, que se utilizaron con los milicianos, donde laboramos hasta el año que intervinieron, después seguimos yo administrando y mi marido e hija trabajando».

Ahora cuando recuerda esos momentos, ¿cuál fue el más difícil?

«Fueron tantas las tareas, y más pensando que mi marido y yo nos expusimos, y muchas personas queridas. Todos trabajamos con el mismo ahínco para salir al claro, a lo limpio, para cambiar la situación que había.

«Cuando vine a Las Tunas el día 2 mi hermana no me conoció, había bajado mucho de peso y vestía de verde olivo armada con mi pistola».

¿Volvería a correr esos riesgos?

«Quisiera ser joven para seguir trabajando en lo que me necesitaran. Tanto que se hizo, la gente a veces no lo imagina. Y la falta que hacía que esto cambiara en ese tiempo para poder vivir como ahora, que lo tenemos todo y no nos cuesta nada».

Gema Carbonell Rodríguez es una de esas mujeres que constituyó pilar fuerte en el apoyo al Ejército Rebelde, y que en su memoria conserva historia y el compromiso con la sociedad de hoy.

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