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Crónica al animal más infeliz de Cuba

Las Tunas. – Desde la ventana puedo verlo cada día. Mi vecino lo compró con la esperanza de prosperar. De él no escucho un lamento siquiera, aunque en ocasiones creo que suspira; esa respiración entrecortada semejante a la mía, cuando me siento a un paso del abismo, no miente. Ahí está, estoico, siempre listo. A veces con mejores olores, otras más lleno…todo depende de la situación económica de su dueño y del clima.

Hace mucho tiempo a los caballos dejó de llamárseles corceles. El término solo combina con películas de Disney, en las que sobre la montura el príncipe lleva a la doncella al castillo. También se les ha denominado bestias, quizás por la condición de “fuerza exacerbada” que poseen o quién sabe, por la subestimación de su capacidad cognitiva.

Lo cierto es que en la cadena de supervivencia no gozan de más potestad que una hormiga, aunque el ser humano necesite tanto de ellos, al menos en Cuba. En otras ciudades del mundo ver a un equino arrastrando una carreta o un coche es puro entretenimiento, aquí resulta muy común.

El caballo es uno de los mamíferos con los ojos más grandes del reino animal, lo que le permite una visión panorámica. A pesar de eso, justo en el centro de la frente, donde converge en las personas la vista, está su punto ciego. De ahí que sea preciso segmentarla para que no se desconcentren. Así es como estos cuadrúpedos pueden obviar todos aquellos factores en la vía que hasta a nosotros nos desvirtúan de vez en vez.

Lamentablemente no es ese su único dilema. En nuestro país la conciencia acerca del cuidado animal es muy baja y posiblemente sean ellos los más sufridos porque, aunque los cerdos tienen sus días contados desde que vienen al mundo, al menos el resto la pasan bien.

¿Sufrirá cuando el látigo le raja el cuero, cuando el sol hierve su sudor, cuando el peso del que tiran es excesivo o cuando su dueño lo forza a subir una pendiente muy elevada? ¿Sufrirá cuando quien le da de comer luego lo obliga a competir con uno de sus similares?

Es un acto de traición que esa persona que hoy te pasa la mano, mañana te abra heridas en la piel porque simplemente no andas con suficiente rapidez. Y si gracias a ti ese ciudadano subsiste, no es lógico que te maltraten de ese modo. Siempre he creído que los caballos poseen una alta capacidad afectiva, pero espero que no perciban esas conjeturas; sería demasiado cruel concienciar la triste realidad.

He visto a muchos equinos tropezarse del cansancio en plena faena, y sin fuerzas para levantarse. Entonces el tránsito se paraliza y el dueño se pone nervioso, no quiere quedar mal ante tanta gente; al fin y al cabo dan la cara ante el supuesto «hecho vergonzoso». Comienzan a gritarles o a golpearlos, pero nadie los detiene.

Se me ha estrujado el corazón al escuchar el sonido que emiten en cada intento fallido por componerse.  Ellos tienen un aura de orgullo, de vitalidad, y sentir la impotencia no va con ese instinto. Las escenas en las que un hombre acaricia a un caballo cuando este yace en el suelo solo las he visto gracias al cine.

Triste es también que un cochero asuma que “maneja” un auto moderno y obviamente, el látigo pase a ser la palanca de velocidad. La mayoría de los presentes se miran y algunos hasta ofenden al responsable de tal crueldad, pero olvidan pronto el episodio. Hay quienes deciden no usar más ese medio de transporte para evitarse esos incidentes.

Por suerte, en Cuba se aprobará una nueva política de bienestar animal, que considera el estado físico y mental respecto a las condiciones en que ellos viven y mueren. Concibe entre sus premisas la conservación de la diversidad biológica y la necesidad de evitar los abusos sobre estos seres vivos que también experimentan dolor y placer.

Cuando una persona es luchadora y se esfuerza incansablemente por subsistir decimos que trabaja como un caballo; así que no puede ser erróneo invertir los papeles. El que casi duerme pegado a mi ventana sería un hombre blanco, delgado, con la piel lastimada y el pelo desgreñado. La mirada baja todo el tiempo, indicando sumisión, el ceño fruncido y humilde de corazón.

Un día vi a un caballo chocar contra un arbusto de limón. Las mismas espinas que antes me habían provocado dolor estaban clavadas en todo su cuerpo. Nadie reparó en su aflicción ni mucho menos mostró compasión. Todos evaluaron el estado de la carreta, pero desde mi ventana, una vez más, yo sufrí la imposibilidad de traer a la forma humana a ese animal y de ponerle cuatro patas a su dueño.

 /mga/

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