Por: Dr. Alejandro Mestre Barroso, Especialista en Toxicología
El plástico, ese material omnipresente que hoy invade cada rincón de nuestras vidas, tiene un origen casi de leyenda. A finales del siglo XIX, la industria del billar enfrentaba una crisis: las bolas se fabricaban con marfil, un material costoso y cada vez más escaso. En 1863, una empresa estadounidense lanzó un concurso ofreciendo 10,000 dólares a quien encontrara una alternativa viable. Fue entonces cuando John Wesley Hyatt, un inventor audaz, desarrolló el celuloide, el primer plástico sintético. Aunque no ganó el premio completo, su invento marcó el inicio de una revolución que cambiaría el mundo para siempre.
Desde entonces, el plástico se infiltró en todos los aspectos de la vida. Hoy, existen siete clasificaciones de ellos, identificados por un triángulo con un número del uno al siete. Cada número es una ventana a su toxicidad y usos:
1. PET (Tereftalato de polietileno): Baja toxicidad, común en botellas de agua.
2. HDPE (Polietileno de alta densidad): Seguro, usado en envases de leche y detergentes.
3. PVC (Policloruro de vinilo): Contiene ftalatos, asociados a daños en el sistema hormonal y problemas reproductivos.
4. LDPE (Polietileno de baja densidad): Baja toxicidad, utilizado en bolsas y films.
5. PP (Polipropileno): Seguro, común en envases de alimentos y utensilios de cocina.
6. PS (Poliestireno): Libera estireno, un compuesto potencialmente cancerígeno, presente en envases de comida rápida.
7. Otros: Incluye policarbonatos con bisfenol A (BPA), un disruptor endocrino que afecta el equilibrio hormonal.
Los bisfenoles y ftalatos son los villanos ocultos en esta historia. El BPA, presente en algunos plásticos, puede migrar a los alimentos y bebidas, especialmente con el calor. Está asociado a problemas de fertilidad, diabetes, obesidad y alteraciones en el desarrollo neurológico. Los ftalatos, por su parte, se usan para flexibilizar plásticos como el PVC y están relacionados con daños al sistema reproductivo, asma y trastornos del desarrollo infantil.
Pero el peligro no termina ahí. Los microplásticos y nanopartículas de plástico son la pesadilla invisible de nuestra era. Estas partículas, de menos de cinco milimetros de tamaño, contaminan el agua, el aire y los alimentos, acumulándose en nuestro cuerpo. ¿Sabías que una persona ingiere en promedio el equivalente a una tarjeta de crédito en plástico cada semana? Sí, has leído bien: ¡una tarjeta de crédito!
Además, este material puede volverse aún más peligroso cuando lo usamos para calentar comida en el microondas. Al exponerse al calor, algunos liberan sustancias tóxicas como el BPA y los ftalatos, que se mezclan con los alimentos y terminan en nuestro organismo. Este proceso puede acelerar la liberación de químicos nocivos, aumentando el riesgo de exposición a disruptores endocrinos y otros compuestos dañinos.
La exposición crónica a estos compuestos tóxicos se asocia con enfermedades graves, como cáncer, problemas cardiovasculares y trastornos inmunológicos. Además, los microplásticos pueden transportar sustancias químicas nocivas y patógenos, amplificando su impacto en la salud.
Lo que comenzó como una solución ingeniosa para salvar las bolas de billar se ha convertido en una pesadilla global. El plástico, una vez celebrado como un milagro de la modernidad, es ahora una «pandemia silenciosa» que amenaza nuestra salud y el planeta. Reducir su consumo, especialmente los de un solo uso, y optar por alternativas sostenibles no es solo una opción, es una necesidad urgente. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a cambiar antes de que sea demasiado tarde?
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Excelente trabajo que nos alerta del daño que puede ocasionar el uso indiscriminado del plástico para el ser humano y los diversos ecosistemas y sobretodo cuando no existen políticas gubernamentales sobre el control del destino final de los mismos.
Mis felicitaciones al autor de este excelente artículo.