Las Tunas.- La huella de Celia Sánchez Manduley en la historia revolucionaria de Cuba y América latina pervive a lo largo del tiempo y renace ante cada acto de amor, solidaridad y altruismo de las mujeres y hombres que luchan por un mundo de equidad y justicia para todos.
Desde muy joven bebió de las enseñanzas del apóstol José Martí y, como a Mariana, le sobró valor en cada misión conspirativa, cuando en las fauces de los soldados de Batista distribuía ejemplares de la Historia me absolverá, trasegaba armas y escondía compañeros de lucha.
Su apariencia delgada y frágil escondía fuerza y determinación, y a la par de cualquier rebelde subió y bajó las lomas de la Sierra Maestra como mensajera o llevando alimentos y medicinas a los guerrilleros al mando de Fidel Castro.
Más allá de su gran sensibilidad por los más humildes y su respeto por la vida fue capaz de empuñar las armas para contribuir desde la primera línea combate a erradicar los males que asolaban a Cuba.
Muchos tuneros que tomaron parte en la lucha consideran un privilegio haberla conocido personalmente.
Rubén Arada Reyes, aunque solo la vio solo unos instantes, quedó muy impresionado con su personalidad. «Yo fui en una misión a la Comandancia de La Plata. De los dos que me atendieron, uno fue Celia. Ella era una mujer muy delgada, un poco alta, amable, sonriente, despedía simpatía. Era una mujer atractiva, te trataba con una delicadeza que realmente es muy difícil de encontrar en otra persona. Me atendió a nombre de Fidel, y lo hizo tan bien que eso nunca yo lo olvido».
En su arsenal de experiencias de vida, Robespierre Rodríguez guarda con especial orgullo el breve encuentro con esta mujer única cuando con unos 20 años de edad lideró un grupo de combatientes que se incorporarían al Ejército Rebelde. «Llegué y me identifiqué y entonces ella dice: yo soy Celia. Le entregué un papel con los nombre de los compañeros que venían conmigo para que se lo diera a Fidel. La recuerdo como una mujer simpática, muy agradable».
Tenía el raro don de exigir sin imponer, de ser imprescindible sin que nadie lo notara, de regalar sonrisas en las difíciles condiciones de campaña. Así recuerda a Celia, José Espinoza cuando siendo un guajirito de Las Tunas se sumó a la columna uno José Martí y tuvo la oportunidad de conocerla.
«Con Celia hablé muchas veces. En La plata cuando necesitábamos algo, íbamos con ella, porque era una mujer muy comprensible y muy inteligente también, que te daba muchas ideas. Si alguien quería hablar con Fidel, ella podía resolverlo porque había confianza con ella y además una guerrillera comprobada. En realidad Celia era como la madre del Ejército Rebelde».
El 11 de enero de 1980, el cáncer traicionero consumió su cuerpo, dejando proyectos inconclusos y un ejemplo imperecedero para el movimiento femenino mundial.
/mga/
Comente con nosotros en la página de Facebook y síganos en Twitter y Youtube