Las Tunas.- Ser mujer en el ámbito rural no implica debilidad; todo lo contrario. Ellas son símbolo de resiliencia ante las adversidades y las carencias de estos tiempos y gracias a sus manos laboriosas extraen alimentos a la tierra y se convierten en una fuerza transformadora de la sociedad.
Con el amanecer, cada día les depara nuevos retos y sacrificios, tanto para atender a animales y plantas como en otras funciones, que van desde los quehaceres domésticos hasta el cuidado de los suyos, ante malestares o los procesos normales de los niños y los ancianos.
Muchas de las que residen en comunidades o asentamientos dispersos de la provincia de Las Tunas laboran en huertos, fincas y cooperativas porque la fuerza de trabajo en la tierra también tiene rostro femenino. Allá demuestran que ninguna faena les es ajena y que también son necesarias.
Entre las mujeres rurales están las maestras de pequeñas escuelas o las que trabajan cerca de sus casas. Pero, otras se desdoblan desde las frescas madrugadas para trasladarse a ciudades y poblados, donde dan lo mejor de sí en múltiples tareas.
Estas féminas, poderosas y dignas, inyectan vida y amor a cada acción no solo en sus viviendas o colectivos laborales, sino en las comunidades, de la mano de las brigadas conjuntas entre la Federación de Mujeres Cubanas y la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños.
Se saben dueñas de posibilidades y derechos, de esperanzas y responsabilidades. Y así lo viven desde que el sol asciende en el horizonte hasta que se esconde tras los árboles y deja sombras que propician el merecido descanso, hasta el otro día y los nuevos desafíos.
En ese quehacer cotidiano, ellas demuestran que su esencia radica en el amor por lo que hacen, en la conexión profunda que sienten con el campo, en la vida que brota de la tierra y en la satisfacción de saberse útiles, aunque tengan uñas y pelos largos.
/mga/
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