Las Tunas.- En los últimos meses, Mileydys Mayo Domínguez ha tenido algunos problemas de salud, y a pesar de sentirse enferma no deja de hacer las actividades cotidianas de su finca, en la zona de Loyola, muy cerca del barrio de Santa María, en el municipio de Las Tunas.
En ese lugar es usufructuaria y en sus más de 13 hectáreas posee 24 cabezas de ganado; entre ellas, nueve vacas y ocho novillas, aunque ahora mismo solo tiene dos paridas. Junto a su esposo también siembra viandas, café y hortalizas para el consumo familiar.
Para ella, todo es importante. Sin embargo, sabe que su tarea más humana, sensible y comprometida es que esta mujer rural garantiza los 8.5 litros de leche que cada día demanda la bodega local. Gracias a su gestión, los niños de los alrededores reciben temprano y con buena calidad ese preciado alimento.
“Cualquiera de los dos lleva la leche a la tienda. Ya a las 7.30 am- a veces más o menos tarde- llevamos la producción hasta ahí, que es muy cerca de nuestra casa. Eso me da una satisfacción tremenda porque entre los beneficiados están mis sobrinos y los hijos de mis vecinos.
Realmente es difícil obtener esa leche porque apenas se ordeñan dos vaquitas y antes de las 5 am ya nos levantamos para andar más rápido. Aquí la sequía ha sido muy grande, casi no llueve. Pero, pronto la situación mejorará porque ya tenemos algunas hembras en estado de gestación”.
Poco a poco, Mileydys cuenta de sus rutinas, preocupaciones y orgullo porque las mujeres rurales tienen independencia a la hora de garantizarse los alimentos. También asegura que no le gustaría vivir en la ciudad y que disfruta permanecer en las zonas rurales y saberse útil.
“Sí me gusta estar en el campo. Siempre he vivido acá y aunque sé que hay diferencias, disfruto todo esto. Tenemos crianza de aves y cerdos. Sembramos las viandas y las hortalizas que consumimos. Da gusto que podamos tener esas cosas en la tierra de nosotros. Y nos da independencia.
“De la ciudad extraño poder ir de compras porque hay cosas que no se encuentran por estos lugares y son necesarias para la alimentación o para la atención a la familia. Pero, lo malo de vivir en el campo es que estamos lejos y en estos tiempos el transporte está muy difícil.
“Además, casi no se puede salir de la finca porque hay que estar el día entero cuidando lo que tenemos. En las noches casi ni dormimos porque tenemos que hacer guardia, velando los animales para que los ladrones no se los roben. No es fácil perder lo que ha dado tanto trabajo”.
Con orgullo habla de su gestión como integrante de la patrulla montada, desde la que previenen la ocurrencia de delitos en sus tierras y las de sus vecinos. También reconoce que las campesinas defienden la independencia alimentaria que dan las zonas rurales sin descuidar sus propios cuidados.
“Yo siempre he vivido en el campo y pienso que las mujeres de estos lugares también deben cuidarse y arreglarse, dedicarse su tiempo. Yo me arreglo el pelo y las uñas. Además, cuando estoy trabajando al sol, trato de protegerme con sombrero y camisa manga larga.
Me siento contenta. Yo por lo menos aquí donde vivo soy feliz, hasta ahora. El descanso es difícil porque siempre estamos en algo. Si no es en la casa con la familia es en el campo, tratando de incrementar la crianza de aves, sembrando ajíes y cebollinos o vigilando el parto de una vaca. Es mi vida y no la quiero cambiar”.
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