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Historia escrita con zumo de limón

Por Dayana García Roldán

En las situaciones más tensas suelen producirse los actos de gallardía. El instinto de un hombre de sobreponerse a las dificultades lo guía, a veces, hacia la posición de héroe. El que un joven actuara durante un juicio como acusado y defensor a la vez, describe nada menos que un paradigma.

El alegato de autodefensa utilizado por Fidel Castro para hacerle frente a las injusticias cometidas con los apresados el 26 de Julio de 1953, dejó en evidencia a la tiranía. Si trascendental fue el texto de la Historia me Absolverá, incomparable fue la manera en la cual esta, vio la luz.

Dada la imposibilidad de grabar o anotar lo expuesto durante la defensa, el riesgo de perder el contenido era inminente. Por lo cual, desde la prisión Fidel tuvo que reconstruir cada palabra, hasta lograr el discurso que lo convirtió en denunciante.

Sobra describir las circunstancias de suma cautela que rodeaban el proceso de recuperación y lo delicado del método a utilizar. Las misivas aparentemente normales, dirigidas a un amigo o familiar, contenían un mensaje entre líneas. El zumo de limón fue la “tinta” utilizada sobre un papel de cartas y cuando este secaba, el secreto era resguardado por la invisibilidad del ácido. En medio de cada frase inofensiva iba otra de lo que se convertiría en el Programa de la Revolución Cubana.

Una vez completada la hazaña, por ambas caras del papel, era imposible percibir algo a menos que se planchara la hoja, pues el calor sacaba las letras escondidas. Muchas veces se repitió el mismo procedimiento. Fidel siempre estuvo atento por si descubrían sus pretensiones; pero los esbirros vieron pasar frente a sus ojos su propio fin, sin sospechar siquiera.

Para una persona encerrada todo el tiempo, aquel trabajo tan meticuloso lo desprendía de lo sofocante que podían resultar las paredes. Fidel utilizó además una cajita de fósforo con doble fondo para transportar el mensaje. A pesar de su aislamiento, le era permitido salir al patio, ocasión que aprovechaba para meter la cajita en una pelota hecha con esparadrapo.

El disimulo de un juego entre reclusos mandaba la pelota hasta otro patio donde la recibían reos con menos restricciones.

Varias eran las manos que receptaban los escritos ocultos; pero sobresalían las mujeres, principalmente Lidia Castro, Melba Hernández y Haydée Santamaría. En ellas radicaba entonces la tarea de distribuir los ejemplares.

Este método de correo resultó un proceso carente de fallas. Jamás se tuvo que repetir ninguna página. Y para cuando salió a las calles, a Fulgencio Batista le fue imposible lidiar con la situación popular. La libertad de los reclusos estuvo fundada bajo el sigilo del zumo de limón.

/lrc/

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