Aquel joven vestido habitualmente con un traje oscuro y una elegante corbata blanca era una piedra en el zapato para el gobierno de Gerardo Machado. Alfredo López Arencibia deviene una de las figuras más relevantes del movimiento obrero cubano.
Aunque su nivel educacional era pobre, a fuerza de tesón autodidacta alcanzó una vasta cultura. De su padre aprendió las labores tipográficas como medio de sustento en su Sagua La Grande natal.
Ya como residente en La Habana, esa preparación le sirvió para emplearse en la imprenta La Mercantil, donde pronto se vinculó a las demandas de los obreros por mejores condiciones de vida y apenas con 20 años de edad era uno de los auspiciadores y líderes de la Asociación de Tipógrafos.
De modo que no extraña su papel notorio en la fundación de la Federación Obrera de La Habana y más adelante como dirigente obrero, en la creación de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, sobresaliendo por su valor, capacidad organizativa y dedicación al fortalecimiento de la clase obrera.
Trabajó junto a Carlos Baliño para conseguir la unidad de todos los gremios sindicales. Y cuando Julio Antonio Mella creó la Universidad Popular José Martí, estuvo entre sus más fieles colaboradores.
Asesinado el 20 de julio de 1926, su cadáver fue encontrado años después en las faldas del Castillo de Atarés, donde había sido recluido y torturado.
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